sábado, 16 de marzo de 2019

El rey del Primero de Mayo praguense de 1965 vino de La Habana / John William Wilkinson


Murió Fidel y poco a poco se han ido produciendo cambios en Cuba. Cambios no sólo de índole política o económica, que también, sino en la esfera de los derechos y las libertades de los cubanos y las cubanas. 

A finales de febrero, nueve de cada diez cubanos votaron en referéndum a favor de la nueva Carta Magna que, cómo no, mantiene el carácter socialista de la isla caribeña. Ahora sólo falta que sea proclamada por la Asamblea Nacional, que probablemente se hará en abril. En un principio significará abrir la economía cubana al mercado, la propiedad privada y la inversión extranjera, amén de limitar el mandato presidencial. Suena bien hasta que uno se entera de que el presidente Miguel Díaz-Canel ha asegurado que se aprobará con la venía de Nicolás Maduro. 

Sea como sea, que la maltrecha economía cubana se abra al mundo, es sin duda una excelente noticia. Pero aún queda mucho por hacer en cuanto a las libertades y los derechos de los ciudadanos cubanos. De los 224 artículos que recoge la nueva Constitución, hay uno en particular, el 68, que incluso antes de ser aprobado, ya levanta ampollas. Es el que permitirá el matrimonio igualitario, es decir, entre dos personas, sin especificar el sexo. El otro que más controversia ha suscitado es el 40, que establece la igualdad y no discriminación por razón de género o identidad sexual. 

Pero puesto que ya existe en La Habana una ruta ‘queer’ para atraer al cada vez más cuantioso turismo gay, no hará más que ratificar una obviedad. Y es que Cuba ha avanzado mucho en estas cuestiones desde la intransigente homofobia de los años sesenta.

En 1965, sólo un lustro luego de la revolución, el melenudo poeta ‘beat’ estadounidense Allen Ginsberg fue expulsado de Cuba por, entre otros desmanes, exigir la libertad de los perseguidos homosexuales cubanos, o por afirmar, el muy bribón, que Raúl Castro era gay. Por aquel entonces los homosexuales arrestados y condenados penaban en el siniestro Presidio Modelo de Isla de Pinos. 

Ginsberg se vio obligado a volar hacia Moscú, ya que no había vuelos directos que lo devolviera a Estados Unidos, pero primero tuvo que hacer escala forzosa en Praga, donde ya alertadas la autoridades de su llegada, no pudo dar ni un paso sin que lo siguieran varios agentes de policía vestidos de paisano. 

Ahora bien, algunos estudiantes familiarizados con su poesía y aprovechando el que su estancia coincidiera con el Primero de Mayo, que era una gran fiesta que se celebraba en toda Checoslovaquia, se las ingeniaron para que el poeta fuera solemnemente nombrado ‘Kral Majales’, el rey de Mayo, y, tocado con una llamativa corona de cartón piedra, fuera paseado en olor de multitudes por las vetustas calles de Praga sentado, como no podía ser de otro modo, en un trono. Tres años más tarde, circularían por estas mismas calles los tanques soviéticos. 

Al cabo de medio siglo de ese festivo Primero de Mayo praguense, el día 26 de junio del 2013, quedó atrapado en la zona de tránsito del aeropuerto de Moscú el informático estadounidense Edward Snowden, que acababa de revelar algunos de los inconfesables secretos de la CIA, su antiguo empleador. Aún no sabía que Putin le permitiría establecerse en Rusia, pero por aquellas fechas se decía en la prensa que si lograra volar a Cuba ¡lo recibiría nada menos que Raúl Castro y tal vez incluso el propio Fidel! Lo que demuestra que cincuenta años no es nada. 

Ojalá sea aprobada en abril la nueva Constitución cubana. Pero en vista de lo vivido por Allen Ginsberg y Edward Snowden, o de lo que ahora está sucediendo en Venezuela y tantos otros focos de confrontación u opresión, siempre conviene recordar que las libertades no sólo se han de conquistar, sino que, una vez que se hayan conseguido, también se han de defender, aunque sea sin la venia de Trump. 



'Boeing' y la tardía reacción de Trump / Primo González *

Las autoridades aeronáuticas de Estados Unidos han andado cortas de reflejos en el tratamiento de la crisis del modelo 737 de Boeing. La turbulenta presidencia de Donald Trump prometía ser muy agresiva con la corrección de las malas conductas económicas, pero en este asunto ha demostrado que las palabras están muy distantes de los hechos. 

Cuando Estados Unidos ha decidido prohibir el vuelo a los 737 de su multinacional Boeing que podían estar afectados por unos defectos de fabricación que habrán de analizar con detalle los expertos (y sobre todo con objetividad e independencia), ya hay una cincuentena de administraciones estatales a lo ancho del mundo que han prohibido el vuelo de este modelo de avión, tras el accidente de Etiopía y el otro anterior en Indonesia.

Lo sucedido estos días con la reacción de las autoridades aeronáuticas estadounidenses ha sido todo un ejemplo de falta de sensibilidad y de respeto a los intereses de la industria aeronáutica, sobre todo a la millonaria clientela que a diario se sube a los aviones fabricados por las compañías aéreas más importantes del mundo, desde Boeing hasta Airbus pasando por algunas otras de tipo medio que también tienen su cuota de mercado, aunque sea pequeña, en el transporte aéreo internacional.

Quizás lo más llamativo de la tardía reacción estadounidense con los problemas del modelo 737 de Boeing haya recordado a muchos lo sucedido en el año 1979 con el famoso modelo DC-10 de otra importante compañía estadounidense, la McDonnell Douglas, que se fue a la quiebra en gran medida como consecuencia de alguno de los accidentes de aquel prestigioso avión del que se vendieron varios centenares de ejemplares a compañías de todo el mundo.

La autoridad aeronáutica estadounidense determinó tras el mortal accidente del DC-10 en el aeropuerto de Chicago (era el tercero con cientos de víctimas en poco tiempo) la suspensión inmediata de todos los vuelos del prestigioso avión, un aparato que había inaugurado una nueva era en la aviación comercial. 

Tardó unos 40 días en retomar el vuelo, una vez solucionados los problemas que se detectaron en los diversos accidentes que había protagonizado esta aparato, que finalmente quedó fuera de servicio tras llevarse por delante a la compañía fabricante (finalmente absorbida por Boeing) y la buena imagen de los aparatos de grandes dimensiones, capaces de volar más de 10.000 kilómetros sin repostar.

Lo sucedido estos días con el modelo de Boeing tiene de todas formas su principal trascendencia en el hecho de que el Gobierno de Estados Unidos haya reaccionado con excesiva lentitud. Es una muestra nueva de la forma de gobernar que está caracterizando a la Administración Trump.

Apenas hay precedentes de este tipo de conductas, aunque resulta inevitable recordar la retirada del único avión supersónico comercial fabricado y explotado conjuntamente por Francia y Gran Bretaña, el Concorde, que estuvo en servicio durante más de 40 años sin un solo accidente digno de mención hasta que el fatal accidente del aeropuerto parisino de Orly acabó con su brillante existencia. 

Los dos países decidieron dar por terminado el largo y exitoso experimento a pesar de que el tremendo accidente parisino nunca fue atribuido a defectos en el aparato sino a una serie de circunstancias casuales de difícil repetición. Aún así, el avión entró de forma inmediata en los museos.



(*) Periodista y economista español