BARCELONA.- Cuba ha abierto un espacio para la discrepancia política y adoptado 
una Constitución que refuerza el Estado de derecho, según constata el Anuario Internacional del CIDOB
 presentado en Barcelona. Mientras las democracias liberales parecen 
implosionar, tanto por las presiones internas del propio sistema como 
por las amenazas exteriores de China y Rusia, Cuba de la mano del 
presidente Miguel Díaz-Canel, avanza por una delgada línea roja, 
la que separa el reformismo de la continuidad o, lo que es lo mismo, el 
creciente pluralismo de la sociedad civil cubana de la vieja guardia 
revolucionaria. 
El camino, de por sí ya complicado, aún lo es más por 
culpa de una economía estancada, el hundimiento de Venezuela, su 
principal valedor, y la presión económica y política de unos Estados 
Unidos que han endurecido el bloqueo, se escribe hoy en el diario La Vanguardia.
CIDOB, uno de los principales think-tanks europeos sobre 
relaciones internacionales, dedica a Cuba el protagonismo del anuario 
2019 porque intuye, con gran precisión, que ha iniciado una transición. 
Así lo demuestra, al menos, la Constitución aprobada el pasado mes de 
febrero y que sustituye a la de 1976, redactada bajo el dictado de la 
Unión Soviética.
Esta nueva Constitución, como destaca la investigadora Marie-Laure Geoffray,
 es fruto de un debate amplio, el más libre que ha habido en Cuba desde 
la revolución de 1959 y que ha dado voz a nuevos actores sociales, como 
la iglesia evangélica, que se opone al matrimonio entre homosexuales 
–opción que la Constitución contempla– o a los artistas, que temen que 
la nueva Carta Magna aumente aún más el poder de censura del régimen.
La nueva Constitución cubana reconoce la propiedad privada y la 
independencia de la justicia sin renunciar, por ello, a los principios 
de la revolución. Esta contradicción sería el mejor ejemplo de esta 
transición, de cómo el régimen cubano, aún manteniendo el sistema de 
partido único, es permeable a los principios y valores de las 
democracias liberales.
     
Esta transformación favorece que “España busque una relación plena” con la Cuba, según anuncia Juan Pablo de Laiglesia,
 secretario de Estado de Cooperación para Iberoamérica y el Caribe. El 
gobierno español aprecia “una convivencia” entre la ortodoxia y el 
pragmatismo político necesaria para afrontar el gran reto del 
crecimiento económico –el PIB crecerá un 1% este año, lo mismo que en 
2018–, el envejecimiento de la población, la emigración de los pobres y 
la creciente desigualdad social.
El apoyo de España a una Cuba más moderna se traduce en la visita que realizó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez,
 a La Habana el pasado noviembre –la primera de un jefe de gobierno en 
32 años–, a la que seguirá la de los reyes el próximo noviembre. Madrid 
reitera, asimismo, al régimen cubano su “rechazo frontal” a la 
estrategia de la Casa Blanca de endurecer el bloqueo.
El escritor Leonardo Padura recuerda  en el Anuario que
 Cuba vivió un sueño con Obama y que ahora está viviendo una pesadilla 
con Trump. Las nuevas directrices han frenado la llegada de turistas 
estadounidenses y frenado una industria vital para la economía cubana.
La aproximación de Cuba a un sistema político que asuma una parte de 
los principios liberales contrasta con el retroceso de las democracias 
occidentales, un retroceso que Manuel Muñiz, decano de la Escuela
 de Asuntos Globales y Públicos del Instituto Empresa, cree que se 
explica mejor desde dentro que desde fuera, es decir, desde las propias 
tensiones políticas y económicas que viven las democracias liberales más
 que desde las amenazas que suponen China, Rusia y, en menor medida, el 
fracaso de las primaveras árabes.
La actual revolución tecnológica, según explica Muñiz en el Anuario,
 favorece la concentración de productividad, riqueza y conocimiento, es 
decir, de poder. Los regímenes autoritarios, como el chino, se ven así 
beneficiados en detrimento de unas democracias liberales incapaces de 
ofrecer un nivel de vida adecuado a sus ciudadanos. El resultado es unas
 sociedades liberales cada vez más pesimistas sobre las virtudes de la 
democracia y dispuestas a cuestionar su legitimidad.
     
En este contexto de despotismo ilustrado –todo para el pueblo pero sin el pueblo, versión siglo XXI- Cuba busca su espacio.