miércoles, 26 de junio de 2019

Cuba emerge en la distopía liberal

BARCELONA.- Cuba ha abierto un espacio para la discrepancia política y adoptado una Constitución que refuerza el Estado de derecho, según constata el Anuario Internacional del CIDOB presentado en Barcelona. Mientras las democracias liberales parecen implosionar, tanto por las presiones internas del propio sistema como por las amenazas exteriores de China y Rusia, Cuba de la mano del presidente Miguel Díaz-Canel, avanza por una delgada línea roja, la que separa el reformismo de la continuidad o, lo que es lo mismo, el creciente pluralismo de la sociedad civil cubana de la vieja guardia revolucionaria. 

El camino, de por sí ya complicado, aún lo es más por culpa de una economía estancada, el hundimiento de Venezuela, su principal valedor, y la presión económica y política de unos Estados Unidos que han endurecido el bloqueo, se escribe hoy en el diario La Vanguardia.
CIDOB, uno de los principales think-tanks europeos sobre relaciones internacionales, dedica a Cuba el protagonismo del anuario 2019 porque intuye, con gran precisión, que ha iniciado una transición. Así lo demuestra, al menos, la Constitución aprobada el pasado mes de febrero y que sustituye a la de 1976, redactada bajo el dictado de la Unión Soviética.
Esta nueva Constitución, como destaca la investigadora Marie-Laure Geoffray, es fruto de un debate amplio, el más libre que ha habido en Cuba desde la revolución de 1959 y que ha dado voz a nuevos actores sociales, como la iglesia evangélica, que se opone al matrimonio entre homosexuales –opción que la Constitución contempla– o a los artistas, que temen que la nueva Carta Magna aumente aún más el poder de censura del régimen.
La nueva Constitución cubana reconoce la propiedad privada y la independencia de la justicia sin renunciar, por ello, a los principios de la revolución. Esta contradicción sería el mejor ejemplo de esta transición, de cómo el régimen cubano, aún manteniendo el sistema de partido único, es permeable a los principios y valores de las democracias liberales.
Esta transformación favorece que “España busque una relación plena” con la Cuba, según anuncia Juan Pablo de Laiglesia, secretario de Estado de Cooperación para Iberoamérica y el Caribe. El gobierno español aprecia “una convivencia” entre la ortodoxia y el pragmatismo político necesaria para afrontar el gran reto del crecimiento económico –el PIB crecerá un 1% este año, lo mismo que en 2018–, el envejecimiento de la población, la emigración de los pobres y la creciente desigualdad social.
El apoyo de España a una Cuba más moderna se traduce en la visita que realizó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a La Habana el pasado noviembre –la primera de un jefe de gobierno en 32 años–, a la que seguirá la de los reyes el próximo noviembre. Madrid reitera, asimismo, al régimen cubano su “rechazo frontal” a la estrategia de la Casa Blanca de endurecer el bloqueo.
El escritor Leonardo Padura recuerda en el Anuario que Cuba vivió un sueño con Obama y que ahora está viviendo una pesadilla con Trump. Las nuevas directrices han frenado la llegada de turistas estadounidenses y frenado una industria vital para la economía cubana.
La aproximación de Cuba a un sistema político que asuma una parte de los principios liberales contrasta con el retroceso de las democracias occidentales, un retroceso que Manuel Muñiz, decano de la Escuela de Asuntos Globales y Públicos del Instituto Empresa, cree que se explica mejor desde dentro que desde fuera, es decir, desde las propias tensiones políticas y económicas que viven las democracias liberales más que desde las amenazas que suponen China, Rusia y, en menor medida, el fracaso de las primaveras árabes.
La actual revolución tecnológica, según explica Muñiz en el Anuario, favorece la concentración de productividad, riqueza y conocimiento, es decir, de poder. Los regímenes autoritarios, como el chino, se ven así beneficiados en detrimento de unas democracias liberales incapaces de ofrecer un nivel de vida adecuado a sus ciudadanos. El resultado es unas sociedades liberales cada vez más pesimistas sobre las virtudes de la democracia y dispuestas a cuestionar su legitimidad.
En este contexto de despotismo ilustrado –todo para el pueblo pero sin el pueblo, versión siglo XXI- Cuba busca su espacio.

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