Una amiga dramaturga cubana ha venido a Barcelona para un proyecto
cultural y me explica que no duerme. El pasado 27 de enero un tornado
cruzó varios barrios pobres de La Habana.
Hay
siete muertos, 200 heridos, y 10.000 personas han abandonado sus
viviendas. Unas 2.700 han caído total o parcialmente en un país sin
seguros de hogar, tiendas de materiales, o empresas constructoras que
puedan realizar los arreglos necesarios. El gobierno cubano recupera las
infraestructuras dañadas, pero el apoyo a los damnificados, como todo
lo que ofrece, es deficiente y escaso.
El escenario de la
catástrofe se ha repetido muchas veces en Cuba, pero esta vez es
diferente por tres motivos, el primero, ya no hay un Castro barbudo al
frente del gobierno, sino un lampiño Díaz-Canel. ¡Luchó en la Sierra con
Fidel!, así era ex(s)cusado cualquier ministro deficiente, pues la
lucha pasada otorgaba derecho eterno a mal mandar. Pero esa generación
se muere y Díaz-Canel ni tiene credenciales guerrilleras, ni puede
presumir de gestión, ni goza de la simpatía de sus gobernados.
El
presidente ha sido puesto por Raúl así, como quien pone un jarrón o una
bala. Está por ver cómo tolera el pueblo a ese gobierno implantado una
vez muerto el último barbudo, pero ya hay un vídeo que muestra a la
comitiva presidencial abandonando a toda prisa un pueblo tornado
mientras los vecinos increpan a la escolta ¡Descarados!
El
segundo elemento singular es internet. El 4 de diciembre de 2018, el
presidente lampiño informó por Twitter ¡qué moderno! que el estado
cubano permitiría por fin la contratación de datos móviles. Cuba es uno
de los países menos conectados del mundo, se estima que un 5% de la
población puede navegar por internet, y otro 20% puede enviar o recibir
correo electrónico no seguro a través de servidores del Estado. Y esto
va a cambiar.
Ubaldo Huerta, empresario cubano experto en internet
y residente en Barcelona, explica que aunque el precio del nuevo
servicio es altísimo para Cuba (un Giga de datos cuesta la mitad del
salario de un maestro, 10 euros), se acerca a los estándar
internacionales y es 100 veces menor que la tarifa anterior.
Aunque hay
páginas de noticias bloqueadas como Diario de Cuba, el digital de Yoani Sánchez, o el Estornudo,
el gobierno, a diferencia del chino, tolera la instalación de VPNs
capaces de sortear la censura, y permite por primera vez el acceso
directo y seguro a los servidores de correo de Google y a plataformas
como WhatsApp, Telegram y Facebook. Los cubanos ya pueden utilizar
mensajería encriptada y hacer llamadas de voz por datos. Es un avance
importante, estratégico, y no tecnológico. Desde hace años el gobierno
de Cuba da a su pueblo mucho menos internet del que puede darle.
Es
difícil exagerar la importancia de estos cambios. Analicemos el tercer
elemento que hace a este tornado diferente.
Ayer, estaba previsto que un
reférendum aprobara la nueva Constitución redactada por Raúl, cuya
última versión recupera la palabra "comunismo" y elimina el matrimonio
homosexual que tanto habría aliviado a Jordi Évole y que estaba en los
primeros borradores. La Constitución excluye derechos como la libertad
de asociación y prensa, y confirma al Partido Comunista como la "fuerza
política dirigente superior de la sociedad y del Estado".
El gobierno
cubano hizo una importante campaña por el SÍ, sin que los partidarios
del NO pudieran ir a un debate televisivo o explicar su postura en la
prensa.
El estado ha reprimido a los activistas contrarios. José
Daniel Ferrer, coordinador de la Unión Patriótica Cubana, fue golpeado, y
su casa saqueada, por promover el NO. El monopolio estatal Etecsa
bloqueó los mensajes de texto que incluían la palabra "abstención" o la
etiqueta "yovotono", pero esos mensajes pueden ahora volar libres ¡y
reproducirse! vía Whatsapp.
La mayor conectividad y la profusión
de teléfonos móviles ha permitido que conozcamos mejor la tragedia de
los cubanos, Cibercuba, otro medio bloqueado en la isla, reporta el caso
de Elena Aracelys González,
véanlo y verán una casa, es un decir, llena de objetos, un televisor,
elementos de cocina, muebles, que nadie recuperaría de un basurero de
España.
Aun así ella teme que esos objetos, que son todo lo que tiene,
les puedan ser robados, por eso pide que le repongan el techo caído, por
eso tiene un candado en la reja de acceso, por eso no sale de casa. Un
funcionario "que no tiene tiempo para ayudarle" le ha ofrecido un
subsidio pero ella no acepta ese dinero inservible, quiere los
materiales. Pronuncia "yo no quiero un suicidio...", y el
lapsus de Elena contiene a la vez una poderosa verdad y una metáfora
sobre esa larguísima, triste, y agónica relación del pueblo de Cuba con
sus gobernantes revolucionarios.
Y
por eso mi amiga no duerme. En la isla, por primera vez en 60 años, se
puede ver a cubanos entregando comida o ropa a otros cubanos no porque
el gobierno les haya ordenado hacerlo, sino porque han decidido
ordenarse como hombres libres al margen del Estado. Estos cubanos
visitan los barrios afectados (3 bebitas una anciana postrada con cáncer, 6 ancianos y 5 niños. Pasillo sin techo, no han recibido ayudas! c Reyes n. 68), actualizan listas de los damnificados y sus necesidades (Quiroga·2, Enrique Bell y su hermana, viven solos, 80 años. Necesitan colchón, perdieron todo), y vuelcan los datos en un Excel ordenado por barrio y gravedad (Derrumbe
total, conviven 9 personas en una casa que estaba dividida. Anciana de
92 años ingresada. Dos hembras de 2 y 3 años, niño de 9).
Otro grupo recoge y registra los donativos: un restaurante privado ofrece trescientas raciones de comida, no quiere publicidad; hay unos viejitos que se han quedado sin casa y hay gente, buena gente, que telefonea desde Cuba o Miami hasta dar con una familia acogedora; alguien ha perdido su silla de ruedas y la información corre hasta que aparece. Mi amiga, desde Barcelona, dedica las noches a casar oferta y demanda, y los voluntarios reciben en Cuba listados y ficheros para aplicaciones de mapas con los recorridos de distribución para cada barrio.
El Estado ha intentado sabotear este movimiento solidario. Zenaida Romeu,
junto a su prestigioso conjunto de música de cámara formado por mujeres,
fue a repartir ayuda al pueblo de Regla, pero las autoridades mandaron a
una docena de policías a rodearlas y expulsarlas. El gobierno envió
voluntarios con camisetas fosforescentes con el texto YOVOTOSI a estos
pueblos privados de luz, pero los voluntarios han impedido la
apropiación y exigido a los participantes neutralidad política.
"A
mí esto me ha taladrado la cabeza", dice mi amiga, "por primera vez
entiendo la historia de Cuba, la de antes de la revolución, ahora
entiendo cómo un grupo de gente podía pensar en otras personas y
reunirse para hacer algo, ahora entiendo como Martí pudo crear redes
ciudadanas, incluso sin internet. Antes lo entendía teóricamente, pero
ahora es algo físico, vinculado a mi cuerpo, soy yo quien lo hace, soy
yo quien se pone en el lugar del otro y se organiza".
Resulta
emocionante y esperanzador escuchar a mi amiga Crisálida, ver crecer en
su cuerpo de 26 años ese otro cuerpo, el de un patriotismo ciudadano y
un orgullo de Cuba que no viene inflado desde el poder, ni vinculado a
un comunismo patriotero, ni al antiyankismo, ni a los gritos de un
caudillo histriónico y faltón. Mi amiga, en fin, deviene ciudadana libre
ante mis ojos.
"No hay vuelta atrás", concluye "Se acabó la generación
croqueta", esa nacida en los años 90, desideologizada y desmotivada
salvo para las cosas del tragar. "Esto va a generar un cambio en la
gente". Y yo, aún incrédulo, me pregunto. ¿Será esto acaso el hombre
nuevo, el viejo hombre nuevo? Y luego ¿Habrá por ahí algún Guaidó?
(*) Empresario
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