MÉXICO.- El
levantamiento militar fallido del 30 de abril en Venezuela es el último
capítulo de una lenta progresión hacia la catástrofe. La situación en
la nación caribeña y andina tiene implicaciones significativas a nivel
internacional, que incluso llegan más allá de América Latina.
Rusia se ha convertido en un jugador decisivo en este drama. Venezuela
estaba en la agenda cuando el secretario de Estado estadounidense, Mike
Pompeo, se reunió con su contraparte rusa —primero en Helsinki, a
inicios de mayo, y posteriormente en Sochi, esta semana—.
El 3 de mayo,
el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, también habló de
Venezuela con el mandatario de Rusia, Vladimir Putin. Nada concreto
parece haber salido de esas conversaciones. Pero dos cosas están claras:
ambos gobiernos tienen diferencias considerables respecto al tema y
Rusia ha confirmado lo mucho que Venezuela le importa a Estados Unidos.
En abril, los rusos enviaron aproximadamente a cien asesores
militares privados a Caracas. Han continuado con la venta de armas al
gobierno de Nicolás Maduro y lo defendieron ante las Naciones Unidas.
Sus amigos en Cuba han estado involucrados en Venezuela durante años,
pero ahora están jugando un papel mucho más importante que antes,
probablemente alentados por Rusia.
Es un acierto que el gobierno de Trump se enfrente con los cubanos en
un intento por resolver el estancamiento político en Venezuela. Pero si
los funcionarios estadounidenses dan un paso en falso se podría abrir el
camino para una mayor participación de Rusia en el conflicto.
¿Qué busca Donald Trump con Rusia, Cuba y Venezuela? Sin duda el
senador de Florida Marco Rubio preferiría olvidarse de Venezuela y
enfocarse en derrocar al régimen de Castro. Y es muy probable que a
Trump solo le interese ganar, a como dé lugar, Florida en las elecciones
presidenciales de 2020. El voto cubano y venezolano pueden resultar
cruciales para asegurarle esa victoria.
El primer paso del gobierno de Estados Unidos debe ser continuar con la
presión a Cuba tanto como sea posible; después sugerir a Moscú y a La
Habana que pueden aflojar un poco la presión si Miguel Díaz-Canel, el
presidente cubano, y Raúl Castro, primer secretario del Partido
Comunista, colaboran para resolver la crisis venezolana. Es probable que
a Cuba no le quede otra opción, en particular si Rusia está de acuerdo
con esa estrategia.
Por primera vez desde que se firmó el Título III de la Ley Helms-Burton
en 1995, el gobierno de Trump permite que ciudadanos estadounidenses
litiguen en cortes federales para obtener compensación por las
propiedades incautadas por Fidel Castro.
Es poco probable que recuperen
sus activos perdidos pronto, pero los inversionistas estadounidenses,
europeos, canadienses y latinoamericanos en Cuba que estén haciendo uso
de propiedades confiscadas también pueden ser sujetos de demandas o de
la cancelación de sus visas estadounidenses. Ya hay demandas en contra
de Carnival Cruise Lines y un par de operadoras hoteleras españolas.
Trump, además, ha reforzado las restricciones de viaje para los
estadounidenses que visitan Cuba y ha impuesto un límite a las remesas
por cuatrimestre a 1000 dólares por persona. En conjunto, estas medidas
tendrán efectos negativos en la situación económica que enfrenta la
isla, de por sí adversa a causa de la reducción de envíos de petróleo
venezolano, una caída estrepitosa del turismo estadounidense y un
estancamiento general de la inversión extranjera.
En abril, Castro anunció que se acercaba una temporada de precarización
económica. Aseguró que la isla no padecerá un nuevo "periodo especial",
como sucedió cuando la Unión Soviética colapsó, pero eso no consoló a
nadie. Con frecuencia, cuando Castro dice que algo no sucede, es
probable que pase.
La isla produce muy poco y tiene poco dinero para
gastar en importaciones. Cuba enfrenta escasez de alimentos básicos y
desde la semana pasada se están racionando los huevos, el pollo y el
cerdo. Si la situación persiste, por primera vez desde que la Unión
Soviética se desmoronó en 1994, el régimen puede enfrentar una verdadera
protesta. En lugar de defender a Cuba y a Venezuela simultáneamente,
Rusia podría preferir concentrar sus esfuerzos en salvar a la isla.
A menudo se mencionan tres razones para explicar la participación cada
vez mayor de Rusia en Venezuela. Primero, para proteger y tal vez un día
recuperar los más de 70.000 millones de dólares que distintas entidades
venezolanas les deben a varios bancos y empresas rusas. No obstante, es
probable que un gobierno post-Maduro no reconozca estas deudas, muchas
de las cuales no fueron aprobadas por la Asamblea Nacional venezolana.
En segundo lugar, Vladimir Putin está provocando a Estados Unidos al
inmiscuirse en asuntos de su continente en represalia a lo que Rusia
considera una interferencia de la Organización del Tratado del Atlántico
Norte (OTAN) en Europa del Este.
Por último, y quizá el punto más importante de todos: Rusia espera
mostrar su poder en una región que el gobierno de Trump considera su
área exclusiva de influencia. Rusia ha mantenido su vínculo cercano con
La Habana desde hace sesenta años, desde la época de Nikita Khrushchev.
Al otorgar préstamos a Argentina, Bolivia y Ecuador, Putin está tratando
de expandir la influencia de Rusia en la región.
Washington tiene una buena mano que jugar, pero debe hacerlo con
astucia. Si es cierto que Trump quiere derrocar tanto al gobierno de
Venezuela como al de Cuba, o si más bien busca el cambio de régimen en
Cuba y no en Venezuela, será un fracaso y de manera inevitable
conseguirá que sus socios democráticos en América Latina y en Europa se
enojen.
Salvo Nicaragua, Bolivia, Uruguay y México, toda la región
quiere que Maduro deje el poder. Pero los países latinoamericanos no
apoyarán al presidente de Estados Unidos en ningún esfuerzo por remover a
la dictadura cubana.
En cambio, Trump debe continuar presionando a Cuba para que se una a
los esfuerzos por destituir a Maduro. La isla será crucial para lograrlo
si le garantiza al gobernante venezolano un sitio seguro donde
refugiarse y al participar en los acuerdos que aseguren una transición
democrática.
Y el presidente estadounidense debe persuadir a Rusia para
que convenza a los cubanos de hacerlo. Después de todo, no hay política
de incentivos con zanahorias y castigos con garrote si ni siquiera se
ofrece la zanahoria.
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