LA HABANA.- Pocos asuntos despiertan mayor triunfalismo oficial en Cuba y críticas más unánimes por parte de sus opositores fuera de la isla que la educación pública, que junto con el sistema de salud constituyen las dos grandes “conquistas de la Revolución”. Pero el régimen castrista tiene cada vez más difícil mantener los estándares que una vez hicieran su sistema la envidia de los países emergentes: escasez de docentes, aulas cochambrosas, profesores sustitutos de primero de carrera y uniformes comprados en Miami hace que la otrora joya del socialismo cubano se desmorone, se escribe en El Confidencial, de Madrid.
Un buen ejemplo es Yanelys. Cuando se enteró
que la escuela de su hijo no había sido seleccionada para el ERCE (un
examen similar al informe PISA), se temió lo peor. Un mes más tarde le
informaban que la maestra de su pequeño de ocho años debía ser
trasladada a otro centro que sí pasaría la prueba debido a que faltaban
los docentes de varios grados.
La solución para el hijo de Yanelys y sus
compañeros fue una estudiante de tercer año de Pedagogía para darles
clase tres días por semana, alternando esa responsabilidad con sus propios estudios universitarios. Al final, tres sustitutas pasaron por ese curso.
"Nos enfrentamos a un curso de retos", reconoció hace pocos días la ministra de Educación, Ena Elsa Velázquez,
tras recorrer las provincias verificando los preparativos del
calendario lectivo, que ha comenzado este septiembre.
Ante la difícil
situación para lograr maestros, el presidente Miguel Díaz-Canel anunció
en junio un inesperado aumento salarial que benefició especialmente a los casi 300.000 maestros
y profesores del país, con incrementos que duplicaron –y en muchos
casos triplicaron– los pagos.
Como consecuencia de la medida, 8.000
docentes que habían abandonado al sector solicitaron reincorporarse,
permitiendo –por primera vez en muchos años– que la "cobertura docente"
sea casi total (los datos más recientes la estiman en alrededor de un
98%).
Mientras, en Cuba florecen las academias privadas de "repasadores",
a las que muchos padres envían a sus hijos para que refuercen –o
incluso reciban– parte de los contenidos que debieron haber adquirido en
clase.
A pesar de los buenos resultados del país en pruebas
internacionales, la percepción generalizada es que “las escuelas de
ahora no enseñan como las de antes”, y la profesión de maestro se cuenta
entre las peor valoradas desde el punto de vista social.
"Algo
debiera hacerse. Tal vez este aumento de salario contribuya a cambiar
las cosas", especula Yanelys. Cualquiera sea el caso, no le gustaría que
su hijo –al crecer– se inclinara por la Pedagogía, ni siquiera en la
enseñanza superior.
Los uniformes de la crisis
La educación
pública es una prioridad fuera de discusión para el Gobierno cubano. De
hecho, la Carta Magna cubana promulgada en abril ratifica el papel
preponderante del Estado en la tarea de "garantizar servicios de
educación gratuitos, asequibles y de calidad". Esto se traduce en partidas presupuestarias que solo son superadas por las destinadas a la atención sanitaria.
Durante la última década, las escuelas y universidades han recibido
entre un 20% y un 25% del presupuesto total del país. Alrededor de un
1,7 millones alumnos pasaron por las aulas durante el curso pasado (la
población cubana supera por poco los 11 millones de personas, más de una
quinta parte de las cuales son ancianos).
Pero estas cifras son
difícilmente sostenibles en un país que en los últimos dos años ha visto
menguar radicalmente sus principales fuentes de divisas: el turismo, la
exportación de servicios profesionales y las remesas familiares (a comienzos de 2019 el Gobierno de Trump les fijó un límite de 1.000 dólares mensuales
y ha amenazado con continuar reduciéndolas). Las recientes dificultades
en la entrega de los uniformes escolares son solo el síntoma más
visible de los problemas más profundos y complejos que amenazan al
sistema de educación.
Más de 3,7 millones de prendas habían sido
encargadas a la industria nacional, pero las dificultades financieras
retrasaron la importación de los materiales para confeccionarlas. Como
resultado, las ventas –que tradicionalmente se iniciaban en junio–
debieron postergarse hasta agosto.
Los incumplimientos se registraron
también en la elaboración de los textos docentes (se alcanzó a imprimir
el 80% de los libros y cuadernos solicitados).
Ante los retrasos en la distribución y las menguadas asignaciones establecidas, miles de cubanos prefieren comprar los uniformes escolares para sus hijos
y otros familiares residentes en la isla en Miami, donde los grandes
centros comerciales de la ciudad hacen su agosto atendiendo ese singular
nicho de mercado.
Formación ideológica
La educación cubana es laica y manifiestamente política. Los maestros son considerados "trabajadores ideológicos",
y se encuentran sometidos a un escrutinio similar al que rige sobre los
periodistas y los funcionarios del Partido y el Gobierno. La formación
de las nuevas generaciones en la doctrina revolucionaria es la misión
primordial del sistema, según han reconocido en innumerables ocasiones
los principales dirigentes del país.
El mensaje es el mismo desde
la enseñanza primaria a la formación de posgrado. La Organización de
Pioneros José Martí (que agrupa a los niños y adolescentes de hasta 15
años) comienza cada jornada escolar entonando el ilustrativo lema de "Pioneros por el Comunismo, ¡seremos como el Che!"
y en los centros de estudios superiores es habitual encontrar murales
con una frase pronunciada por el guerrillero argentino en la década de
los sesenta: “La universidad es de los revolucionarios”.
La
historia reciente confirma que poco cambió desde entonces. Durante las
últimas semanas ha cobrado intensidad un debate digital acerca de los
"requisitos" que debe cumplir un docente universitario cubano.
El
detonante fue el despido de la profesora Omara Ruiz Urquiola, a finales
de julio, de su cátedra en el Instituto Superior de Diseño de La Habana.
Para muchos, la fundamentación burocrática que avaló la decisión
(cambios en el sistema de contratos del Instituto) fue solo una
justificación para llevar adelante la medida como castigo por las
posiciones no siempre ortodoxas de Ruiz Urquiola en cuestiones
políticas, además de el hecho de ser hermana de Ariel Ruiz Urquiola, un
biólogo y activista de derechos ambientales y de la comunidad LGTBI con
una larga historia de desencuentros con las autoridades. Entre los más
significativos estuvo su expulsión –años atrás– del puesto que ocupaba
como profesor de la Universidad de La Habana.
Otros profesores
también apartados de la enseñanza superior, como el abogado Julio
Antonio Fernández Estrada y el periodista José Raúl Gallego Ramos, han
trazado paralelismos entre sus experiencias y la que ahora afronta Omara
Ruiz.
La conclusión es que el gobierno busca cerrar toda brecha a
posibles cuestionamientos. De poco valen las reclamaciones ante los
organismos oficiales, no se trata de decisiones administrativas sino
políticas, coinciden.
Como para corroborar su interpretación de
los hechos, a mediados de agosto la viceministra primera de Educación
Superior, Martha del Carmen Mesa Valenciano, publicó en la página
oficial del organismo un militante artículo cuya premisa puede resumirse
en el siguiente párrafo: “El que no se sienta activista de la política
revolucionaria de nuestro Partido, un defensor de nuestra ideología, de
nuestra moral, de nuestras convicciones políticas, debe renunciar a ser
profesor universitario”.
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