jueves, 3 de enero de 2019

'FedEx' cancela sus planes de envío de paquetes desde Miami a Cuba

MIAMI.- El proveedor de servicios de mensajería exprés estadounidense FedEx ha cancelado sus planes de envío semanal de paquetes desde Miami (Florida) a Matanzas/Varadero (Cuba), según informó hoy un medio especializado.

En una carta enviada al Departamento del Transporte de EE.UU., la segunda mayor empresa de mensajería del mundo comunicó la "inmediata" cancelación de los planes de reparto de paquetería previsto cinco veces a la semana entre Miami y Matanzas/Varadero, precisó Aircargo News.
FedEx, que había solicitado varias prórrogas a la fecha de inicio de sus operaciones, estudiará y evaluará otras opciones de servicio hacia Cuba.
En su última solicitud de aplazamiento del pasado 14 de junio, la empresa con sede en Memphis (Tennessee) explicó que debía "garantizar" a los proveedores de servicios operaciones clave como el "despacho de aduanas y la entrega por tierra".
"La compañía debe garantizar estos servicios de entrega urgente por los cuales FedEx es mundialmente reconocida y, al mismo tiempo, se mantiene dentro de las leyes, regulaciones y políticas vigentes de EE.UU. y Cuba", señaló entonces el gigante de la mensajería exprés.
En julio de 2016, las autoridades estadounidenses dieron permiso a FedEx para lanzar su servicio entre Cuba y Estados Unidos, cuyo inicio estaba previsto para abril de 2017.
Pero las relaciones entre Estados Unidos y Cuba "se han enfriado" desde entonces y el actual presidente estadounidense, Donald Trump, ha fijado controles más estrictos para hacer negocios con la isla caribeña, agregó el citado medio.

miércoles, 2 de enero de 2019

Segundo Frente, el pueblo cubano que se tutea con Raúl Castro

SANTIAGO DE CUBA.- Perdido entre las montañas de la Sierra Maestra, en Santiago de Cuba (este del país), la localidad de Segundo Frente prospera hoy bajo la tutela del expresidente Raúl Castro, que lo ha elegido como su patria chica, lo visita varias veces al año y tiene allí preparado su lugar de descanso final.

Esta comunidad agrícola de 40.000 habitantes es conocida como el "pueblo de Raúl", quien estableció allí su comandancia durante la insurrección que llevó al poder a la Revolución Cubana hace 60 años.
Tras el triunfo del 1 de enero de 1959, el menor de los Castro apadrinó el asentamiento creado alrededor de su puesto de mando, al que representa en el Parlamento cubano y que visita a menudo para supervisar obras y presidir actos.
Esto significa que los habitantes de este remoto lugar se cruzan con el octogenario general mucho más a menudo que los de La Habana, donde aún reside, pero apenas aparece en público.
La reciente renovación de la localidad, que incluye la apertura de un hotel de 4 estrellas y varias obras sociales, parece corroborar las versiones que afirman que el expresidente se retirará allí tras dejar en 2021 su cargo como líder del gobernante Partido Comunista de Cuba (PCC, único).
De momento y debido al secretismo que rodea la vida personal de Castro, los habitantes de Segundo Frente no saben con seguridad si tendrán como vecino al exgobernante, pero de suceder, aseguran, "sería un gran honor para el lugar".
"Ya nos ha visitado este año unas cinco veces. La gente se pone muy contenta cuando lo ve", dijo el primer secretario del PCC en el Segundo Frente, Roger Pérez, quien resaltó que este es el "pueblo cubano que más ve" al líder del partido, que traspasó la Presidencia a su pupilo Miguel Díaz-Canel en abril pasado.
Fue en esta localidad donde el más joven de los Castro comenzó su vida como dirigente y se enamoró de la que luego sería su esposa, la guerrillera Vilma Espín, quien falleció en 2007 y está enterrada en un mausoleo construido a pocos metros del antiguo puesto de mando.
En ese mismo lugar hay un segundo nicho en el que puede leerse el nombre de "Raúl", lo que hace más de una década despejó la incógnita sobre la última morada del general.
La fosa donde reposará Raúl Castro es muy similar a la tumba a su hermano, el fallecido Fidel Castro (1926-2016), en el cementerio de Santa Ifigenia en Santiago de Cuba, aunque, a diferencia de este, el menor de los Castro escogió un ambiente más íntimo y apartado.
Resguardado por decenas de palmas reales y rodeado de montañas, el conjunto funerario sirve de cementerio a más de 200 integrantes del Segundo Frente "Frank País" del Ejército Rebelde y también al bailaor español Antonio Gades, gran simpatizante de la Revolución de la isla y quien en sus últimas voluntades pidió ser enterrado en ese lugar.
"Además de los recorridos oficiales, él (Castro) viene aquí en visitas privadas, a conversar con Vilma, sin nadie alrededor", según una de las cuidadoras del enclave, que ha visto "varias veces" a un dirigente poco dado a las apariciones publicas y muy reservado con su vida familiar.
Precisamente fue el recuerdo de la que fuera su esposa durante más de cuarenta años el que hizo que Castro, en un gesto poco habitual, se emocionara hasta las lágrimas en una sesión reciente del Parlamento, en la que su hija, la sexóloga Mariela Castro, recordó la labor de su madre por los derechos de la mujer en Cuba.
La historia de amor de Raúl y Vilma también se recuerda en Segundo Frente, que mantiene intacta la pequeña casa que sirvió de vivienda a los entonces jóvenes guerrilleros.
Junto a ella también se mantiene la austera oficina de Raúl Castro, amueblada con una mesa, una silla y un retrato de Frank País, mártir santiaguero de la Revolución.
Entre las muestras más curiosas del museo se encuentran una nota dedicada por Vilma a Raúl, una larga trenza, pinzas para rulos y una rosa seca.
Desde las paredes de la vivienda, un jovial y desenfadado Raúl Castro abraza a su novia y aparece junto a compañeros, en imágenes borrosas poco conocidas y conservadas con celo en el pueblo, que recibe al visitante con el mensaje de ser una "tierra que honra a sus héroes".

Cuba: 60 años de "revolución invencible"


MADRID.- "La revolución cubana es invencible, crece, perdura". Misión cumplida, Comandante. Pasados 60 años del triunfo de los barbudos de Sierra Maestra, uno de los grandes hitos del siglo XX, la revolución castrista permanece sólida en el poder pese a la crisis económica perpetua, la ausencia de libertades y la persecución de los disidentes. 

Todo ello en medio de unas reformas que avanzan a ritmo de jicotea, la tortuga cubana. Miguel Díaz-Canel, el relevo generacional, ya no se llama Castro, ni siquiera es militar ni tampoco estaba vivo cuando Fulgencio Batista huyó apresuradamente de La Habana en la madrugada del 1 de enero de 1959.
Empeñado en demostrar todos los días que no se trata del Gorbachov cubano, el nuevo presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros repite mensajes como el que abre esta crónica, muy parecidos a los de sus antecesores. 
Díaz-Canel evita recordar, no obstante, que en La Habana no se encuentra pan hace días, que otros alimentos escasean, que los taxistas han mantenido un pulso inédito con las autoridades en busca de tarifas más altas y que una parte del sector cultural se ha vuelto a revelar contra un decreto gubernamental, todo un clásico en revolución.
Nada de ello importa, ni siquiera la anorexia endémica de su economía a la hora de festejar los 60 años de la revolución. Durante las seis décadas transcurridas no se ha dejado de celebrar la victoria del 59 ni un solo día y de todas las maneras posibles: en los medios, en los colegios, en los discursos, en la vida diaria. La revolución invencible, como la denomina el oficialismo, convertida en la revolución perpetua.
"Lo que más ha sobrevivido de la revolución es la revolución misma, que ha sabido transformarse en la medida que el orden mundial, donde Cuba es un actor menor en términos de poder, se lo exigió", resume el politólogo Arturo López-Levy. 
"Hubiese sido imposible sin el Estado que nació de la revolución, su capacidad redistributiva y el poder que desarrolló para alistar por coacción o por consenso a la sociedad cubana tras de sí".
Han pasado 60 años de lo que fue una formidable lucha contra una dictadura, que durante mucho tiempo surtió de esperanza y sueños a rebeldes e izquierdistas de todo el continente. Una epopeya de sueños truncados que el nuevo presidente ha glosado a través de Twitter, uno de sus medios de comunicación favoritos. 
"Santa Clara, la ciudad donde nací, resistió bombardeos, derribó las paredes de sus casas y levantó barricadas en apoyo a las tropas del Che. La audacia rebelde descarriló el tren blindado el 29 de diciembre y aceleró la victoria", rememoró. Faltaban pocas horas para el gran triunfo, la huida del dictador y el recorrido triunfal de Fidel desde Santiago hasta La Habana, ciudad a la que entró el 8 de enero.
En el cementerio santiaguero de Ifigenia, donde descansan los restos de Fidel y de José Martí, se concentra la gran celebración de hoy. Las autoridades presentes recordarán las grandes gestas con su lenguaje retórico y grandilocuente, sabedores de que la que tienen por delante es igual de compleja: cómo enamorar a los nietos que ya no sienten la lealtad de sus abuelos.
De la pasión del 59 a la desesperanza presente, que ha arrojado a generaciones enteras fuera del país hasta convertir a la isla en el segundo país más viejo de América Latina. La economía, que no crece más allá de un sospechoso 1% anual, es el factor clave, y por eso la nueva Constitución, que se refrendará con absoluta seguridad en febrero, oficializa las reformas de Raúl Castro y abona el embrión de capitalismo, a través de los cuentapropistas.
"Cuba es una prisión mental", certifica Amnistía Internacional en su informe sobre la isla, en el que detalla "décadas sucesivas de uso desproporcionado y arbitrario del derecho penal y de campañas de discriminación promovidas por el Estado contra quienes se atreven a protestar o tratan de abandonar el país". 
Más de un centenar de presos políticos avalan las denuncias de los organismos de derechos humanos y confirman la persecución contra los disidentes, según una crónica de El Mundo.

La Revolución cubana cumple 60 años atrincherada nuevamente ante Estados Unidos

LA HABANA.- La Revolución cubana, que este martes cumple sesenta años, “no ha envejecido” y está “curada de espantos”, aseguró el expresidente Raúl Castro, quien ante el empeoramiento de las relaciones con EEUU llamó a la población a prepararse “para todos los escenarios, incluyendo los peores”.

El líder del gobernante Partido Comunista de Cuba (PCC, único) encabezó, acompañado del presidente Miguel Díaz-Canel y las cúpulas del Partido Comunista y las Fuerzas Armadas, un acto oficial en Santiago de Cuba (oriente), “cuna de la Revolución” liderada por su hermano mayor, el fallecido exmandatario Fidel Castro (1926-2016).
En un discurso de casi 40 minutos, Raúl Castro repasó en primera persona más de medio siglo de historia y criticó a Estados Unidos, eterna némesis de la isla comunista y cuyo actual Gobierno se mueve “nuevamente en un rumbo de confrontación”, aseguró Castro, quien insistió en su confianza en la “nueva generación de revolucionarios”.
“Se cumplen 60 años del triunfo el 1 de enero de 1959, sin embargo la Revolución no ha envejecido, sigue siendo joven”, dijo ante mil santiagueros reunidos en el cementerio de Santa Ifigenia frente a la gran roca que sirve de tumba a Fidel Castro.
El general de 87 años confirmó su “satisfacción” por la gestión de su pupilo, el actual presidente Miguel Díaz-Canel (58 años), que llegó al poder en abril pasado, y subrayó que “el proceso revolucionario no esta circunscrito a la vida biológica de quienes lo iniciaron, sino a la voluntad y el compromiso de los jóvenes”.
Con voz quebrada pero en aparente buen estado de salud, Castro recordó el “periodo especial”, la seria crisis económica que sufrió Cuba inicios de 1990, cuando tras el derrumbe de la Unión Soviética el país caribeño se quedó “solo en medio de Occidente, a 90 millas de EEUU”.
“Nadie en el mundo habría apostado un centavo por la supervivencia de la Revolución, sin embargo, sí se pudo enfrentar y vencer el reto”, indicó el expresidente cubano, que inició en 2014 un histórico “deshielo” bilateral con el entonces ocupante de a Casa Blanca, Barack Obama.
Ahora, de regreso a la hostilidad tras la llegada a Washington de Donald Trump, Raúl Castro reiteró la disposición de la isla a “convivir civilizadamente pese a las diferencias, en una relación de paz, respeto y beneficio mutuo” para enseguida cambiar a un tono más belicista, poco usual en sus últimas apariciones.
Acusó a Washington de intentar repetidamente forzar un “cambio de régimen” en la isla y pidió a “las mentes más equilibradas” del Gobierno estadounidense evitar “un escenario de confrontaciones que no deseamos”, pero para el que Cuba está preparada.
El país continuará “priorizando las tareas de preparación de la defensa” dijo el general de ejército, quien instó a lo cubanos a reforzar la defensa y prepararse “para los peores escenarios”.
“A 60 años del triunfo de la Revolución podemos afirmar que estamos curados de espanto. No nos intimidan ni el lenguaje ni la amenazas”, aseguró el líder del Partido Comunista en el acto, que duró poco más de una hora y tuvo lugar en medio de fuertes medidas de seguridad.
La celebración comenzó con una ceremonia de cambio de la guardia de honor en el “altar de la patria” del camposanto, en el que sobresale el mausoleo del Héroe Nacional cubano, José Martí, y a la derecha la gran piedra donde reposan los restos de Castro, que quiso descansar en la ciudad donde se gestó su insurrección.
Una unidad de artillería disparó 21 salvas que rompieron la habitual paz del cementerio, convertido en parada obligada desde que Raúl Castro depositó allí las cenizas de su hermano en noviembre de 2016.
El expresidente, uno de los últimos sobrevivientes de la generación histórica que luchó en la Sierra Maestra, ofreció un recorrido por la historia de la insurreción en la que participó junto a Fidel Castro y los guerrilleros Camilo Cienfuegos y Ernesto ‘Che’ Guevara.
“Puedo decir que tengo confianza en el futuro”, dijo Castro, que auguró un “provenir próspero” para la nación, “siempre con la guía del Partido”, cuyo liderazgo también cederá en 2021 a Díaz-Canel.
Por último, manifestó su “seguridad” de que la nueva Constitución que irá a referendo el próximo 24 de febrero obtendrá un “respaldo mayoritario” del pueblo, que “demostrará en las urnas el respaldo mayoritario a su Revolución y al socialismo”.
El nuevo texto que actualizará la Carta Magna vigente (1976) ratifica la aspiración al comunismo aunque reconoce la propiedad privada y a la inversión extranjera como necesaria.

Raúl Castro urge a resolver los problemas económicos y a captar la inversión foránea

LA HABANA.- El exgobernante y líder del Partido Comunista de Cuba (Pcc, único legal), Raúl Castro, consideró hoy que mejorar la economía es el principal reto del país, e instó al Gobierno a buscar soluciones a los múltiples problemas en este ámbito e impulsar la inversión extranjera.

La "batalla económica" es "la que más exige, porque es la que más espera nuestro pueblo", afirmó el expresidente, de 87 años, en un discurso en Santiago de Cuba durante el acto central por el 60 aniversario de la Revolución Cubana de 1959 que llevó al poder a su hermano menor, Fidel Castro, fallecido en 2016.
Para mejorar la maltrecha economía de la isla -que apenas crece un 1 % anual y arrastra una crónica crisis de liquidez y divisas- Castro planteó desde adoptar una "actitud más proactiva" y dar "soluciones a los problemas con respuestas ágiles y eficientes" hasta "ser más coherentes, sistemáticos y precisos en la implementación de los lineamientos económicos".
Con esto, afirmó, se lograrán objetivos como "reducir gastos no imprescindibles", incrementar las exportaciones o fomentar la inversión extranjera.
Sobre el capital foráneo, el que fue presidente desde 2008 hasta abril pasado, cuando cedió el mando a Miguel Díaz-Canel, insistió en que "no es un complemento, sino un elemento fundamental para el desarrollo" del país.
Castro denunció, una vez más, el embargo comercial y económico que EE.UU. mantiene sobre Cuba y que de acuerdo a estimaciones del Gobierno de la isla provocó al país pérdidas por valor de más de 4.000 millones de dólares solo el año pasado.
En 2018 la economía de Cuba creció poco más del 1 %, por debajo del 2 % inicialmente previsto, según datos oficiales.
En el mismo ejercicio el país caribeño vio reducidos sus ingresos por exportaciones y en sectores fundamentales como el turismo, una situación agravada por los daños provocados por la sequía y los huracanes.
Además de la crisis que sufre su aliado Venezuela, que provocó un desplome en los envíos de crudo venezolano subsidiado a la isla, La Habana dejará de recibir unos 300 millones de dólares anuales por la exportación de servicios profesionales a Brasil como consecuencia de su salida del programa "Más Médicos".

martes, 1 de enero de 2019

En Santiago de Cuba los 60 años de Revolución se celebran con asados y fiesta

SANTIAGO DE CUBA.- Santiago de Cuba, la "cuna de la Revolución", festeja hoy los sesenta años del triunfo de la insurrección de los rebeldes de Fidel Castro entre el olor del cerdo asado y la música de las celebraciones por el Año Nuevo, dos acontecimientos que se solapan en la capital caribeña de la isla.

En el parque Céspedes, escenario principal de los festejos y el mismo donde Castro recibió el año 1959 con una arenga de victoria, cientos de santiagueros dieron vivas mientras se izaba una bandera cubana gigante, tradición de más de 115 años que demuestra la larga historia de rebeldía de la "Ciudad Héroe".
La costumbre, que data del siglo XIX, cuando los mambises (guerrilleros independentistas) luchaban en la cercana Sierra Maestra contra España, se ha fundido con la simbología revolucionaria a través las décadas.
"No lo podemos separar. En Santiago se baila por el Año Nuevo y por la Revolución, que es una sola, desde las guerras de independencia hasta ahora", aseguró a Belkis, una santiaguera que todos los años acude con su familia a ver la ceremonia en la plaza "en lugar de quedarse en la casa".
Para esta maestra, la celebración "tiene más sentido si se comparte con los demás, sobre todo esta fecha, para la que nos hemos venido preparando por meses", dijo mientras admiraba los fuegos artificiales que alumbraron el cielo santiaguero durante casi media hora.
En las calles de acceso al parque Céspedes los puestos de frutas, bebidas y el tradicional pan con lechón se mantuvieron abiertos hasta bien entrada la madrugada, en la que se quemaron cientos de muñecos de tela como símbolo del Año Viejo.
"Es costumbre quemar el muñeco para acabar con todo lo malo y atraer la buena suerte que tanto nos hace falta", explicó Surelys, quien dio a su monigote rasgos femeninos y le prendió fuego entre vítores de sus vecinos.
Para Santiago, la ciudad donde Fidel Castro (1926-2016) comenzó su insurrección con el asalto al cuartel Moncada en 1953 y luego entró triunfante seis años después, la celebración de cada año de la Revolución no es algo que se tome a la ligera.
Desde hace meses un gran cartel con la imagen del fallecido líder revolucionario descuenta los días que faltan para la fecha, en medio de un ambiente de expectación.
En Santiago, la abundancia y diversidad de productos en las calles contrasta con ciudades como La Habana, donde continúa la escasez de pan y las ventas especiales para la fecha son más modestas.
"Los santiagueros están contentos; todo el mundo esta contento en la calle. En los últimos días ha habido ferias donde se han vendido muchos de los productos que necesitamos para las fiestas, sobre todo carne", contó Mirta, una vendedora que ha trabajado extra durante los festivos.
Sin embargo, a pesar del entusiasmo, muchos santiagueros tienen "los pies en la tierra", porque después de aclararse el humo de los fuegos artificiales "la vida vuelve a la normalidad y se nota que hay que trabajar mucho para prosperar", insistió Daniel, un maestro jubilado que nació "con la Revolución".
"Hemos llegado a estos sesenta años con mucho trabajo, con bastante trabajo, pero bueno, hay mucho optimismo en la población ahora con el nuevo presidente (Miguel Díaz-Canel), con lo que se va a hacer en la economía, a ver si mejora. Él pide trabajar y trabajar", señaló por su parte Raúl.
Más tajante, Yoendris, de 27 años, asegura que siente a Cuba "paralizada si la comparo con otros países. No se ha avanzado en nada, pero asímismo las personas son felices y tratan de dar lo mejor de ellos para continuar".

Cuba, la isla que cambió de mundo


MADRID.- Disfrazado de lechero, Manuel Urrutia se dirigió en la noche del 17 de julio de 1959 hacia la embajada de Venezuela en La Habana, donde solicitaría asilo. Hacía apenas unas horas que había renunciado a su cargo como presidente de la República de Cuba. Cuenta el hecho el diario digital madrileño El Independiente.

Sus constantes roces con Fidel Castro habían motivado la noche anterior la renuncia de éste como primer ministro, pero las multitudinarias protestas y manifestaciones que se produjeron por todo el país mostraron claramente a Urrutia que era él el que había salido perdedor de aquel enfrentamiento.
Apenas había pasado medio año desde que, tras la huida de Fulgencio Batista, en la madrugada del 31 de diciembre de 1958 al 1 de enero de 1959, los líderes de la triunfante revolución -que es lo mismo que decir Fidel Castro- habían decidido el nombramiento Urrutia para la jefatura mayor del nuevo gobierno.
Este juez de carrera había ganado su prestigio entre los opositores a la dictadura batistiana con su defensa de que la ilegalidad de este régimen legitimaba los actos de insurrección. 
Con un perfil liberal, su nombramiento, junto al del abogado José Miró Cardona como primer ministro, había sido recibido con alivio en Estados Unidos, donde se observaban con cierto recelo los acontecimientos en la vecina isla caribeña.
 “Este gobierno parece mucho mejor que cualquier cosa que se hubieran atrevido a esperar”, transmitían en aquellos días los hombres de negocios estadounidenses con intereses en Cuba a los representantes de su gobierno.
Sin embargo, las fracturas entre las cabezas visibles del nuevo régimen no se hicieron esperar y en la primera mitad del año fueron varios los que plasmaron su ruptura abandonando incluso la isla para pasar al exilio. 
Miró Cardona había salido del Gobierno ya en febrero, dando la ocasión a Castro para tomar el mando del poder ejecutivo, y ahora en julio era Urrutia el que se veía forzado a renunciar, acusado por Castro de corrupción y deslealtad, tras haber denunciado lo que el héroe de la Sierra Maestra calificó de “leyenda comunista”.
Lo cierto es que desde esos primeros meses de la revolución eran constantes las voces que alertaban de la creciente infiltración comunista en el nuevo régimen cubano y rotundas las respuestas de Castro negando tal extremo. 
Sin ir más lejos, en abril de 1959, durante una gira por Estados Unidos, reiteraba ante la prensa que “he dicho de forma clara y definitiva que no somos comunistas”, reconociendo que “el progreso sería totalmente imposible para nosotros si no nos entendemos con Estados Unidos”.
En un escenario mundial marcado por la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética que obligaba al resto de países a posicionarse de un lado u otro en aquella batalla denominada Guerra Fría, ser visto como aliado del comunismo podía resultar fatal para quien aspiraba a gobernar una isla tan estrechamente vinculada a su poderoso vecino del norte.
Aquel epíteto, el de comunista, perseguía a Castro desde sus tiempos de conspirador contra el régimen de Batista, pero él siempre se había rebelado contra aquella acusación. Lo cierto es que, pese a las veleidades marxistas de algunos de sus más cercanos colaboradores (su hermano Raúl Castro o el guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara), la relación de aquel joven abogado de raíces gallegas con los comunistas cubanos había sido muy conflictiva.
No en vano, éstos, que habían sido durante años, curiosamente, uno de los principales aliados de Batista, fueron muy explícitos a la hora de denunciar las intentonas golpistas de Castro. Detenido durante su exilio en México, a mediados de los años 50, y acusado de promover un movimiento comunista, Castro subrayaría el “absurdo” de la denuncia. 
“¿Qué derecho tiene Batista a hablar de comunismo cuando él ha sido el candidato presidencial del Partido Comunista en las elecciones de 1940, apareciendo bajo la hoz y el martillo en sus carteles de propaganda electoral y teniendo a media docena de ministros y colaboradores miembros del Partido Comunista?”.

Simpatías en EEUU

Aquellas negativas hicieron cierto efecto en la Administración estadounidense, donde la lucha de los hombres de Castro contra Batista en la segunda mitad de la década empezó a cosechar ciertas simpatías -e incluso alguna ayuda material- al tiempo que decrecía la convicción con la que el Gobierno de Dwight Eisenhower respaldaba al que había sido el hombre fuerte de la política cubana durante casi un cuarto de siglo. 
“Castro también había sido afortunado, o quizás muy hábil, al conseguir que la política de Estados Unidos hacia sus guerrilleros permaneciera dividida e insegura”, corrobora Richard Gott en Cuba. Una nueva historia (Akal, 2007).
Al fin y al cabo, para Estados Unidos, el Movimiento 26 de Julio que comandaba Castro era tan solo uno entre una amalgama de grupos diversos que, de manera más o menos coaligada, luchaban contra un régimen batistiano socavado por la crisis económica, la corrupción y la brutalidad represiva. La influencia de la burguesía parecía asegurada y, en el peor de los casos, parecía improbable que un régimen radical de izquierdas pudiera asentarse de forma estable en la isla.
Sin embargo, los líderes políticos estadounidenses no tardarían en darse cuenta de que el líder de “los barbudos” de la Sierra Maestra estaba muy por encima del resto de los opositores y su carisma lo capacitaba para sacar adelante su programa sin atender a reticencias. El baño de masas que se dio en su peregrinación desde Santiago a La Habana en los primeros días de enero de 1959 fue la prueba más evidente de su conexión con el pueblo cubano.
Recibido en la capital de la isla por una multitud entusiasta que lo esperaba cual redentor, Castro exhibió ante el público una retórica seductora que no hacía sino aumentar la confianza del pueblo en su nuevo líder. “Mientras observaba a Castro cobré conciencia de la magia de su personalidad”, describiría Ruby Hart Phillips, corresponsal de New York Times, quien subrayaba que mientras hablaba “se apoderaba de sus oyentes de una manera casi hipnótica y los obligaba a creer en sus ideas sobre la misión del gobierno y el destino de Cuba”.
Ese destino pasaba por conseguir, al fin, la independencia real de la isla. Había pasado ya más de medio siglo desde que Cuba logró zafarse del dominio de España. Pero el apoyo que en aquel conflicto recibieran de Estados Unidos se convertiría de forma automática en una nueva forma de dominio.
Como observa el historiador Leslie Bethell en su magna Historia de América Latina, la influencia continua de su vecino del norte convertiría la independencia de la isla caribeña en una “simple fórmula” y “antes de que transcurriera un decenio desde la guerra de la independencia, Estados Unidos ya era omnipresente en Cuba, dominaba totalmente la economía, penetraba por completo en el tejido social y ejercía el control pleno del proceso político”.
La creciente dependencia económica -basada, principalmente, en la exportación de azúcar y la importación de todo tipo de productos- y la incesante inestabilidad política hicieron casi indispensable la continua intervención estadounidense en los asuntos cubanos, hasta el punto de alimentar la sensación entre los propios habitantes de la isla de que ellos mismos eran incapaces de autogobernarse.
Durante buena parte del siglo XX, mientras el negocio del azúcar ofreció réditos suficientes, aquella sumisión, aunque controvertida, no encontró excesiva contestación. Pero a finales de la década de los 50 la crisis económica exacerbaba las dificultades de buena parte de la población, en un país que, pese a mostrar unos datos macroeconómicos aceptables, se veía afectado por una profunda desigualdad.
Todo esto estaba presente en el primer discurso de Fidel Castro tras el triunfo de la revolución, cuando señaló que “esta vez no será como en 1898, cuando llegaron los norteamericanos y se adueñaron de nuestro país. Esta vez, afortunadamente, la revolución llegará realmente al poder”.
Esa retórica no implicaba necesariamente una ruptura con Estados Unidos. De hecho, esa misma noche cenó con el cónsul estadounidense en Santiago. Pero las buenas voluntades comenzaron a torcerse con la reforma agraria que, siguiendo lo prometido en sus mensajes casi desde el inicio de su lucha, planteó en las primeras semanas de gobierno.
En su biografía sobre Fidel Castro, Volker Skierka defiende que la intención de Castro pasaba por dilatar aquella medida, para evitar el enfrentamiento con Estados Unidos, pero que las ocupaciones de tierras por parte de campesinos alentados por su hermano Raúl o el Che Guevara acabaron precipitando el proyecto.

Giro hacia el marxismo

Aun con todo, existe cierto consenso en considerar que aquella reforma resultó relativamente moderada, “pero los poderosos terratenientes cubanos y de toda Latinoamérica la veían como el borde del abismo. Causó una preocupación particular en Estados Unidos, ya que una cláusula afirmaba claramente que en el futuro la tierra cubana solo podía ser propiedad de cubanos, perjudicando así a los terratenientes extranjeros, de los que la mayoría eran estadounidenses. Había una promesa de compensación, pero a ojos de mucha gente la ley daba crédito a la idea de que Castro era comunista y comenzó a ser calificado como tal tanto fuera como dentro de Cuba”, explica Gott.
Aunque aún hubo varios intentos de entendimiento, aquel primer desencuentro supuso un punto de no retorno en las relaciones entre la Cuba castrista y el gobierno estadounidense, que pronto consideraría la necesidad de derrocar a los guerrilleros de la Sierra Maestra. Ya en octubre de 1959, Eissenhower se mostraba desengañado al afirmar que “aquí hay un país del que se podría creer, sobre la base de nuestra historia, que sería uno de nuestros amigos reales”.
Por entonces, la hostilidad estadounidense respondía más a la defensa de sus intereses económicos que a la percepción de una amenaza seria comunista en su vecino insular. Lo cierto es que, hasta entonces, el dominio de Estados Unidos sobre Latinoamérica se había dado por sentado y su rival soviético apenas había mostrado interés en la revolución cubana durante su primer año.
Sin embargo, con Estados Unidos cada vez más dispuesto a sabotear la economía cubana para forzar la voluntad de Castro, éste empezó a vislumbrar las posibilidades que le abría un acercamiento al régimen soviético, entonces encabezado por Nikita Jruschov. 
A cada medida de oposición por parte estadounidense, el gobierno castrista respondía con confiscaciones de activos y nacionalizaciones de empresas estadounidenses. Desde petroleras e ingenios azucareros, hasta distribuidoras de lámparas o cines, una tras otras las compañías de capital yanqui fueron cayendo bajo el control del estado cubano.
La decisión adoptada entonces por el Gobierno de Washington, que decretó la reducción de sus compras de azúcar, fue la que facilitó a la URSS y otros regímenes comunistas como el de China ofrecerse como salvavidas de Cuba con una serie de convenios para la adquisición de azúcar, la concesión de préstamos o el envío de distintos materiales.
Fue el año 1960 el que marcó “el punto de arranque de la radicalización comunista” del régimen castrista, según señala el historiador Rafael Rojas en su Historia mínima de la Revolución cubana (Turner, 2015)
El abandono de la delegación cubana de la reunión de la Organización de Estados Americanos (OEA) o, más simbólicamente, el abrazo entre Castro y Jruschov en Nueva York, durante una reunión de la Asamblea General de Naciones Unidas, supusieron la constatación de que “los líderes revolucionarios parecen decididos a quemar las naves y a acelerar la transición socialista”.
La creciente estatalización de la economía nacional, la represión de quienes denunciaban la deriva comunista del régimen -incluidos personajes fundamentales en la revolución como Huber Matos-, el cierre de los medios opositores o el abandono de promesas revolucionarias como la convocatoria de elecciones -“¿elecciones para qué?”, llegaría a preguntarse Castro- eran también evidencias de que el nuevo régimen cubano se encaminaba por unos derroteros muy distintos a los que cabría esperar de una democracia liberal.
El 2 de septiembre, frente a una multitud entregada, Castro lanzó la que pasaría a la historia como la Primera Declaración de La Habana, en la que denunciaría “la intervención abierta y criminal que durante más de un siglo ha ejercido el imperialismo norteamericano sobre todos los pueblos de la América Latina” y advertiría de que “la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética en caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares imperialistas no podrá ser considerado jamás un acto de intromisión, sino que constituye un evidente acto de solidaridad”.
Para entonces, Jruschov ya había dado por muerta la Doctrina Monroe, que consideraba una agresión cualquier intervención europea en el continente americano. Pero para el Gobierno estadounidense todo aquello sonaba a poco más que fanfarronadas que estaba dispuesto a cortar de raíz, con la deposición de Castro. Otros gobernantes, como el guatemalteco Jacobo Árbenz, podían dar fe de la capacidad de la Administración de Estados Unidos para hacer caer un gobierno que no se ajustara a sus deseos.
Así, en abril de 1961, ya con John Fitzgerald Kennedy en la Casa Blanca, los servicios de inteligencia estadounidenses lanzaron, apoyados en exiliados cubanos, una operación militar destinada a despertar una insurrección en la isla que pusiera fin al movimiento revolucionario. Sin embargo, la invasión de Bahía de Cochinos representó un rotundo fracaso de la oposición a Castro, que pudo aplastarla en pocos días.
Aquel operativo supuso “uno de los peores errores estratégicos de Estados Unidos en todo el siglo XX: reforzó el control de Castro sobre Cuba, aseguró la pervivencia de su revolución y contribuyó a empujarlo al campo soviético”, sostiene Richard Gott.
Pocos días antes, en una ceremonia fúnebre por las víctimas ocasionadas por una de las ofensivas contrarrevolucionarias, Castro había al fin proclamado el carácter “socialista” de su revolución y antes de que terminara el año se confesaría como un “marxista-leninista” desde siempre.
A Estados Unidos su cercano vecino y aliado se le había transformado en un enemigo acérrimo. No tardaría en comprobar los riesgos que eso conllevaba. La Cuba de Castro había roto los lazos con su pasado e incluso con su sino geográfico y había emprendido un viaje hacia otro mundo.

lunes, 31 de diciembre de 2018

Más rentables que el turismo: las misiones médicas que impulsan la economía de Cuba

MADRID.- La economía de Cuba es un fenómeno singular que a menudo desconcierta a los observadores casuales. Lo que la impulsa no es la exportación de bienes, que ocupa un lugar absolutamente secundario (entre 2015 y 2016 cayó un 40%, y en 2017 superó por poco los 1.300 millones de euros). Tampoco el turismo, como muchos creen, ni las remesas enviadas por los emigrantes, de las que más del 40% de la población se beneficia de manera directa. La “joya de la corona”, lo que verdaderamente permite llenar las arcas de La Habana, es la exportación de servicios profesionales. Médicos y personal sanitario, sobre todo, pero también ingenieros y otros especialistas, según publica hoy www.elconfidencial.com.

Esta práctica se generalizó con la llegada al poder de Hugo Chávez en Venezuela y los altos precios del petróleo, que favorecieron una reconversión radical de la economía nacional, que se ha profundizado con el paso de los años. Un analista autorizado, el exministro de Economía José Luis Rodríguez, lo resaltaba a mediados de 2017 en un artículo para el sitio digital oficialista Cubadebate: entre 2011 y 2015 los profesionales contratados en el exterior aportaron un promedio anual de 11.543 millones de dólares. De esa cantidad, al menos un 80% fue tributada por los especialistas de la salud.
Según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información de finales de 2016 (los últimos disponibles), en aquel momento la isla tenía presencia en 62 naciones (en 27 de ellas, de forma gratuita), a través de 50.000 trabajadores sanitarios, la mitad de los cuales eran médicos. 
Con algunos ajustes, la cifra se ha mantenido estable hasta finales de este año, a pesar de la crisis institucional venezolana (que en los últimos dos años ha supuesto un 40% de reducción en las entregas de petróleo, la materia con la que Caracas paga sus servicios, un acuerdo que beneficia enormemente a Cuba) y la destitución de la presidenta Dilma Roussef en Brasil. La apertura o ampliación de los “programas de colaboración” con estados de Oriente Medio y África (en particular, Arabia Saudí, Qatar, Argelia y Sudáfrica) han permitido compensar en parte las dificultades.
No es un escenario nuevo para la isla, recuerda una investigación del profesor Víctor Soulary Carracedo, adscrito a la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba. “El comercio exterior de Cuba ha estado signado, desde los albores de su inserción en la división internacional del trabajo, por la especialización a ultranza en la exportación de escasos rubros”. 
A su juicio, los peligros de la monoexportación son los mismos, sin importar si se trata de bienes o de servicios. “Vender profesionales para comprar alimentos no constituye una estrategia feliz, sobre todo si se comprende que la concentración en un mercado como Venezuela es un fenómeno político y coyuntural al estilo del diferencial azucarero colonial o los acuerdos mullidos del CAME [el espacio de colaboración económica de la era soviética]”.
La escena suele repetirse en consultas de cualquier lugar de la isla. Las circunstancias pueden variar atendiendo a las posibilidades económicas de cada paciente, mas casi inevitablemente, en algún momento de su tratamiento todos habrán de tener “un ‘detalle’ con el médico”. 
 “Si no, ni intentes resolver”, asegura Irma, una residente en la central provincia de Ciego de Ávila que desde hace meses se atiende en un hospital de La Habana. Su remisión y posterior estadía en ese centro asistencial han estado jalonadas de regalos. “Cada vez que venimos, mi esposo y yo traemos camarones, conservas, botellas de ron… Y no solo para mi doctor. No es bueno despreciar a nadie, porque lo mismo se puede terminar necesitando a una enfermera que a un técnico de laboratorio”.
Aunque las normas del Ministerio de Salud Pública lo prohíben, tales sobornos son práctica generalizada. Muchos especialistas suelen vanagloriarse cuando el regalo resulta particularmente valioso o aclarar, antes de iniciar las consultas, que ‘sus casos’ tienen prioridad”. Rara vez los pacientes intentan quejarse. 
“En definitiva”, contó uno de ellos a El Confidencial, “no sirven de nada las denuncias. Con tantos médicos y estomatólogos de misión, el Estado no puede darse el lujo de despedir a ninguno de los que siguen en Cuba. Son imprescindibles y lo saben”.
Las misiones médicas en el extranjero han tenido como consecuencia paralela el deterioro de las condiciones sanitarias en la propia Cuba debido a la ausencia de algunos de sus mejores profesionales, motivados a salir por las ventajosas condiciones que les ofrecen estos programas. 
Esto ha puesto en tensión el sistema de salud local, que ya sufría a causa de recortes presupuestarios. En el último lustro se han reducido los consultorios del Médico de la Familia (de 34.000 a 13.000) y se ha hecho habitual el desabastecimiento de las farmacias y el cierre de servicios en municipios y comunidades por falta de especialistas. Algunos humoristas locales bromean en sus monólogos con que si uno necesita un médico cubano, solo tiene que ir a buscarlo a Venezuela...
Pero al Gobierno cubano no le queda más remedio que seguir apostando por esta práctica, presionado por el deterioro de los restantes sectores económicos. En 1989 -cuando el modelo de economía planificada copiado del campo socialista europeo se encontraba en su máxima expresión-, Cuba produjo 8.1 millones de toneladas de azúcar, la exportación de níquel superaba las 60.000 toneladas anuales, y cultivos como los cítricos y el tabaco alcanzaban récords históricos. 
Pero casi treinta años más tarde las autoridades de La Habana se empeñan en organizar una zafra (recogida de caña) que al menos alcance los dos millones de toneladas de azúcar, el níquel ronda sus mínimos históricos con reservas que se agotarán dentro de dos décadas y los cítricos no pasan de un recuerdo en la memoria colectiva. 
Problemas como el acentuado deterioro de las industrias o la falta de mano de obra e inversiones en la agricultura hacen improbable su recuperación sin grandes inversiones. Solo la industria tabacalera, impulsada por la demanda del turismo, muestra un crecimiento que apunta a convertirla en la principal actividad productiva de la isla.
A mediados de noviembre, el Ministerio de Salud cubano anunció la “decisión de no continuar participando en el programa ‘Mais Medicos’ en Brasil”. Ese proyecto, implementado por la presidenta Roussef en agosto de 2013, creó plazas para alrededor de 18 mil galenos que atenderían comunidades desfavorecidas del país. Brasileños y profesionales de otras nacionalidades integraron su nómina, pero el grupo más importante estaba conformado hasta ahora por cerca de 8.400 cubanos. 
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, todos prestaban servicios “en lugares que los doctores brasileños no aceptaron”.
La relevancia del aporte isleño para “Mais Medicos” determinó que incluso el gobierno de Michel Temer defendiera su permanencia. Pero desde hacía meses el candidato ultraderechista Jair Bolsonaro había anticipado que las condiciones serían modificadas. 
En esencia, sus propuestas eran tres: que todos los profesionales cubanos revalidasen sus títulos ante el Colegio Médico brasileño, que firmasen contratos individuales y cobren directamente todo su salario, y que pudiesen llevar a sus familias a residir con ellos.
Tales exigencias han sido consideradas inaceptables por La Habana, porque ponían en entredicho una de las prácticas más polémicas del gobierno cubano: los sistemas de contratación con los que regula el trabajo de sus especialistas en el exterior. 
Como norma, estos reciben entre una quinta parte y la mitad de los pagos realizados por la entidad que los emplea. El resto del dinero queda en manos del Estado, que asegura destinarlo fundamentalmente a gastos sociales, en especial a la salud, la educación y la asistencia a sectores vulnerables.
Muchos cuestionan la validez de un modelo así. “Es difícil aceptar que el Ministerio de Salud brasileño pague por cada uno de nosotros más de tres mil dólares al mes y solo recibamos novecientos”, opina a través de Facebook uno de los médicos ubicados en el estado de Bahía. Como el resto de sus compañeros, recibió la notificación de su regreso a Cuba antes “de que termine el año”, pero casi con seguridad intentará quedarse. 
“El presidente [Bolsonaro] ha dicho que nos concederá asilo político y facilitará la entrada de nuestros familiares. Uno no quisiera tener que dejar su país, pero nadie puede cuestionarnos por intentar darle el mejor uso posible al conocimiento que conseguimos con tanto esfuerzo”.
En el campo contrario se ubican aquellos que se preguntan hasta dónde llega el compromiso con su país de esos miles de profesionales formados gratuitamente. “Al final es su decisión, pero debieran recordar siempre que pudieron estudiar gracias al dinero que aportamos los cubanos que estamos en Cuba”, opinó una paciente en una clínica de Centro Habana.
Los sucesos relacionados con “Mais Medicos” han traído a la memoria de muchos el 'Cuban Medical Professional Parole Program', una iniciativa del gobierno de los Estados Unidos que durante cerca de diez años favoreció las deserciones de profesionales de salud de la isla. 
De ellos, cerca de 8.000 llegaron a suelo norteamericano hasta enero de 2017, cuando el presidente Barack Obama derogó el “Parole” en una de sus últimas órdenes ejecutivas.
“Expertos consultados por este diario creen que ahora Cuba enviará más médicos a los países árabes productores de petróleo, a Rusia, China y Vietnam”, especulaba hace pocos días El Nuevo Herald, vocero oficioso de la comunidad anticastrista radicada en Miami. Puede considerarse significativo que el anuncio de la retirada de los colaboradores en Brasil haya coincidido con el regreso del nuevo presidente cubano Miguel Díaz-Canel de una gira por las capitales de esos “aliados estratégicos”. 
 “La salida de los médicos estaba pensada desde el fin del gobierno de Dilma Roussef”, aseguraba en el mismo texto la coordinadora de una ONG opuesta al Gobierno cubano.
Cualquiera que sea el caso, ante el círculo decisorio de La Habana van haciéndose cada vez más evidentes dos verdades. 
La primera, que el escoramiento hacia la derecha de la política en el continente obliga a relanzar vínculos con aliados de otras regiones geográficas; la segunda, que sin inversión extranjera no será sostenible la economía productiva, y sin esta, el país vivirá siempre dependiendo de la buena voluntad de otros. 
Además, en el interior del país los costos de la “colaboración” resultan elevados: en ninguno de sus hospitales o clínicas a alguien se le ocurre pensar que Cuba sigue siendo una potencia médica. Para el relato oficial de la Revolución eso es ya demasiado.

domingo, 30 de diciembre de 2018

Se cumplen seis décadas del triunfo de la revolución cubana el 1 de enero de 1959 / Carlos Alberto Montaner *

El primero de enero de 1959 Fulgencio Batista huyó de Cuba y se inició la revolución cubana. Hace seis décadas de esa fecha nefasta. Nos reunimos un grupo de muchachos. Yo tenía 15 años y era un chico flaco, esperanzado y políticamente analfabeto. 

Me sentí muy feliz. No sé cómo, dónde o por qué fuimos a ver, o nos encontramos, al abogado Óscar Gans. Había sido primer ministro de Carlos Prío, el último presidente constitucional cubano. Tenía fama de honrado e inteligente.

Gans escuchó con interés nuestra ilusionada algarabía y sólo atinó a decirnos una frase enigmática que no he olvidado: «Las revoluciones son como las grandes borracheras… el problema es la resaca». La resaca era la sensación de hastío, de hartazgo, de mala digestión, de «por qué me emborraché e ingerí esa mezcla absurda de alcoholes que hoy me hace sentir tan mal». La resaca es lo que en otras latitudes llaman el «ratón».

A los pocos meses entendí lo que Gans nos había querido transmitir. Comenzaba la resaca. Estábamos en manos de unos revolucionarios iluminados, guiados por consignas aprendidas en los cafetines, dispuestos a cambiar a punta de pistola las señas de identidad de una sociedad que tenía varios siglos de existencia. Un país que, hasta ese momento, a trancas y barrancas, había sido receptor neto de inmigrantes, el mejor índice que se conoce para medir la calidad de cualquier conglomerado humano.

Fidel, el Che, Raúl Castro, y unos cuantos tipos más, audaces e ignorantes, estaban decididos a liquidar una imperfecta democracia liberal, regida por una Constitución socialdemócrata, totalmente perfectible, y transformar ese Estado en una dictadura prosoviética sin propiedad privada, ni derechos humanos, y mucho menos separación e independencia de poderes. 

Simultáneamente, echaban sobre los hombros de los cubanos la responsabilidad de «enfrentarse al imperialismo yanqui» y transformar el planeta para imponer a sangre y fuego el «maravilloso» modelo social desovado por Moscú desde 1917.

Actuaron velozmente. A los 20 meses habían logrado el 90% de sus objetivos domésticos. En octubre de 1960 no existían vestigios de libertad de prensa. No había grupos políticos diferentes al «movimiento único» creado y sujeto férreamente por el Máximo Líder, de manera que, en su momento, les fue fácil llamarlo «Partido Comunista». 

No había escuelas ni universidades privadas. Tampoco había empresas medianas o grandes en poder de la «sociedad civil». Todas fueron asumidas por el Estado mediante un simple decreto. La dictadura totalitaria se había consumado, repito, en un 90%.

El 10% restante ocurrió el 13 de marzo de 1968. En esa fecha, Fidel Castro perpetró un larguísimo discurso en el que anunció la «ofensiva revolucionaria». Acabó con el «cuentapropismo» de entonces. De un plumazo se tragó casi sesenta mil microempresas y convirtió la isla en el país «más comunista del mundo». 

Para arreglar un paraguas, un par de zapatos o un ventilador había que dirigirse al Estado. Lógicamente, el desastre fue absoluto y la nación se convirtió en una escombrera. Los millares de valientes que se opusieron a ese destino fueron fusilados o encarcelados durante muchos años.

La locura revolucionaria

¿Cómo se llevó a cabo esa locura revolucionaria? Tres iluminados no son capaces de realizar una tarea de esa envergadura. Sencillo: metiéndoles la mano en el bolsillo a los probables adversarios. Primero, crearon una enorme clientela política regalándole «al pueblo» todo lo que no le pertenecía al Comandante. 

Rebajaron el 50% de los alquileres y del costo de la electricidad y los teléfonos. Dispusieron de la tierra como les dio la gana. Ellos sabían que la economía colapsaría como consecuencia de la manipulación de los precios, pero el objetivo no era conseguir la prosperidad, sino crear una legión de estómagos agradecidos a los que no tardarían en ajustarles las tuercas.

Mientras disponían de los bienes ajenos (y se quedaban con las mejores casas, autos y yates), les entregaron a los soviéticos los mecanismos represivos. Desde el principio la policía política y el corazón del Ministerio del Interior fueron asignados a los camaradas formados por el KGB. 

A las pocas semanas de instalados los Castro en la casa de gobierno comenzaron a llegar los siempre discretos «hermanos del campo socialista». A mediados de 1962 eran algo más de 40.000 asesores. Cuando se fueron los «bolos», como les llamaban irreverentemente en la isla, dejaron instalada la jaula. Dentro de ella se abrazaban millones de cubanos temerosos y obedientes. 

Sesenta años después los castristas saben que el «modelo cubano» es totalmente improductivo e inviable. Son unos negreros que viven de alquilar esclavos profesionales a los que les extraen una plusvalía del 80%. O policías que montan llave en mano la nueva dictadura, como han hecho en Venezuela. O viven de las remesas de los exiliados, de las dádivas de las iglesias, o de bañar en el mar y pasear turistas en contubernio con empresarios extranjeros a los que no les importa la catadura del socio local, siempre que les deje copiosos beneficios. 

Así son las resacas revolucionarias. Suelen ser muy largas y muy tristes.

viernes, 28 de diciembre de 2018

Perciben un año 2019 "brillante" para el sector turístico en el Caribe

SAN JUAN.- El secretario general de la Organización Caribeña de Turismo (CTO, en inglés), Hugh Riley, afirmó hoy que el panorama para dicho sector para el año 2019 se ve "brillante", con un sentido "de optimismo, entusiasmo y mucha esperanza".

Según dijo Riley, ese optimismo se debe a que a pesar de la devastación que causaron varios huracanes sobre el Caribe en el año 2017, entre ellos, Irma y María, en el 2018 todo se revirtió.

"Estamos muy emocionados con nuestras expectativas, debido al increíble cambio que hemos visto en los destinos más golpeados por los ciclones", indicó.
Riley reafirmó su optimismo por el progreso en que países miembros y simpatizantes del CTO continúan progresando sin cesar, manteniendo el ímpetu que desarrollaron tras la temporada de huracanes en el 2017 para mantener firme el sector turístico de la zona.
Ante ello, Riley destacó la reconstrucción y la reapertura de alojamientos, mientras que los aeropuertos volvieron a operar de manera regular con el regreso de algunas aerolíneas a tiempo completo y los diversos servicios en los aeropuertos.
"Todo eso ayuda a que aumente la cantidad de visitantes viajando, mientras que los mensajes positivos y promociones en el mercado han activado a los destinos que no fueron afectados registrando un crecimiento continuo", afirmó Riley.
Riley dijo además que la demanda de turistas internacionales "es fuerte" y que los residentes del Caribe "continúan con su plan de búsqueda de explorar y disfrutar de los placeres de los países vecinos".
Sobre el sector de la llegada de barcos cruceros, el funcionario indicó que la mayoría de los puertos afectados por los huracanes ya fueron reparados y que el número de estas embarcaciones a la zona han regresado a la normalidad.
Riley detalló que la visita de barcos cruceros registró un crecimiento de 13,7 % desde mayo a septiembre y de 17,1 % en el tercer periodo de 2018.
Por ello, es que Riley afirmó que el panorama para dicho sector para el año 2019 se ve "brillante", por lo que esperan declarar el año entrante como "El año de los festivales" en el Caribe.
"Simplemente manifestado, la región cuenta con un ritmo que no se puede replicar en ninguna otra parte del mundo", resaltó.