miércoles, 20 de abril de 2016

¿Es el fin del comunismo en Cuba? / Amir Valle

Una anécdota de fines de los setenta hace referencia a que Fidel Castro, en esa década, había criticado públicamente a un ya muy envejecido Mao Tse Tung, por su empecinamiento en mantenerse en el poder político pese a sobrepasar los 80 años. "Cuando un dirigente llega a cierta edad debe abandonar la carrera política porque empieza a cometer errores. Los viejos se vuelven muy empecinados. Piensan que sólo ellos tienen la razón", le habría dicho Fidel a Mao según esa anécdota, pero el dirigente chino no escuchaba jamás a nadie y se mantuvo como máximo líder del Partido Comunista hasta 1976, cuando murió con 83 años.

Esa crítica era dicha por un joven Fidel de sólo 50 años que, tres décadas después, en 2006, abandonaría el timonel de la Revolución Cubana, obligado por una complicada enfermedad. Lo normal habría sido ser sustituido por una presidencia transitoria que convocara elecciones, pero justamente en 1976 se había reformado la Constitución y las Leyes de modo que el poder político pudiera saltarse ese engorroso y siempre peligroso paso. Fue así que, a dedo porque la reforma constitucional lo establecía, Fidel cedió el poder a su hermano menor, entonces Segundo Secretario del Partido Comunista. Precisamente en este VII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC), Raúl Castro pretende repetir la fórmula, esta vez estableciendo una nueva reforma constitucional que respete el límite máximo de 60 años para ser elegido miembro y hasta 70 años para asumir una responsabilidad de dirección dentro del PCC.

Es curioso que esa determinación haya sido propuesta por una cúpula que se resistió a dejar el poder durante cinco década, que tiene una edad promedio que sobrepasa los 70 años y que deba ser aprobada por un Congreso que ha invitado a 1000 delegados, de los cuales sólo 55 tienen menos de 35 años. Pero aún es más curioso que esa propuesta ocurra en uno de los momentos de mayor atrincheramiento ideológico del régimen. Por un lado, el intento de frenar el impacto favorable que han tenido en la población cubana las medidas del presidente Obama, y la resistencia del Partido Comunista cubano de llevar a la práctica los cambios que el deshielo entre La Habana y Washington hacen posible. Por otro lado, el rescate de la mitología de resistencia al imperio que representa Fidel Castro en la memoria popular, unida su reaparición y protagonismo reciente a una oleada propagandística de la prensa oficial que retoma frases de sus discursos antinorteamericanos y los utiliza como lemas de "la actual lucha contra la nueva estrategia de Estados Unidos para destruirnos".

Otra arista interesante en este contexto es la debacle que para la tan cacareada "invicta Generación del Centenario" ha significado la pérdida de credibilidad de las tradicionales figuras políticas por su incapacidad durante 57 años para traer al pueblo la prosperidad tan largamente prometida, que se empezó a ver solamente gracias a las medidas asumidas en la Casa Blanca por un presidente negro, joven y con el carisma que no tiene ninguno de los actuales dirigentes cubanos. Como indican incluso encuestas del propio régimen, entre Obama y Raúl, la mayoría de los cubanos de a pie simpatizan con el presidente norteamericano y le agradecen a él que por fin haya comenzado a romperse el estatismo que mantuvieron durante décadas la economía y las finanzas familiares en la isla.

Podría prestarse a confusión que, en medio de ese espíritu de trinchera, el Congreso del único partido existente proponga ahora ceder el paso a las nuevas generaciones. Pero tanto, la oposición cubana en la isla, las figuras intelectuales más prominentes de exilio cubano y la gran mayoría de los analistas internacionales de la realidad cubana, llevan tiempo alertando de que todos los cambios implementados por Raúl Castro desde su ascenso al poder apuntan a una clara estrategia de sustitución de la vieja nomenclatura por una nueva élite. De ahí que no debe perderse de vista qué figura asume la posición de Segundo Secretario del Partido en este Congreso. Será ése un posible indicio de la estrategia futura de la dinastía Castro.

Pero a los viejos castristas les preocupa también que a esa nueva nomenclatura no le interesa tanto el aspecto ideológico de la lucha como los dividendos que económicamente pudieran obtenerse, una vez asumido el poder, con la implantación en Cuba de un Capitalismo Militar de Estado controlado por los herederos directos del castrismo. El regreso a la propaganda de trinchera de los años más gloriosos de la lucha contra el imperialismo, el rescate de la mítica de Fidel Castro, y la asunción de esta época histórica como una nueva etapa en la guerra contra Estados Unidos, lleva un mensaje directo: además del poder político que Raúl Castro le garantizará al neocastrismo con su reforma constitucional, intenta pasarles el batón del relevo ideológico que ya ellos biológicamente no pueden sostener. Pero, como dijo Fidel Castro cuando tuvo que quitar del camino a otros jóvenes dirigentes que lo habían traicionado, estos herederos han probado ya "las mieles del poder" y también las mieles de vivir como reyes mientras el pueblo vive en la miseria. Habrá que ver cuánto tardan en dejar a un lado el lastre ideológico que "los viejos" les obligan a cargar y cuánto demoran en demostrar que, como diría acertadamente el poeta español Quevedo, "poderoso Caballero es Don Dinero".

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