martes, 5 de abril de 2016

El viaje de Obama a Cuba: una estocada al castrismo / Fabio Rafael Fiallo *

Desde que se anunció oficialmente la visita del presidente Barack Obama a La Habana, el nerviosismo era perceptible en la cúspide del poder castrista. El presidente Raúl Castro sabía que tenía mucho que ganar en ese evento diplomático, símbolo del proceso de deshielo en las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Pero al mismo tiempo no podía ignorar los riesgos que corría acogiendo a un presidente del “imperio” que nunca ocultó su intención de abordar la causa de los derechos humanos y la libertad durante su estadía.

Ese nerviosismo era tanto más comprensible cuanto que un sondeo realizado en Cuba en abril del año pasado indicaba que la popularidad del presidente Obama en Cuba (80%) era muy superior a la de los hermanos Castro (47% para Raúl y 44% para Fidel).

Lo que más molestaba al régimen cubano era que Obama subordinaba su viaje a la posibilidad de reunirse con representantes de la disidencia cubana, incluyendo las Damas de Blanco, a quienes los esbirros del régimen golpean y arrestan cada domingo por tratar de marchar reclamando democracia y libertad.

El malestar en las filas del régimen se hizo sentir desde los primeros minutos del viaje de Obama. Alejándose de las normas protocolares, el general presidente no estuvo presente en el aeropuerto de La Habana para darle la bienvenida a su homólogo estadounidense.

Pensándolo bien, aquella ausencia actuó a favor de las intenciones declaradas del presidente estadounidense, a saber: lograr que su viaje fuese visto como un encuentro fraternal con el pueblo cubano, más que como una visita oficial.

En vista de que en La Habana llovía en el momento en que el avión presidencial aterrizó, Obama descendió las escaleras del mismo con un paraguas en la mano, en vez de ordenar que uno de sus subalternos efectuara esa tarea. El gesto, además de enviar un mensaje típico de relaciones públicas, contrastaba con la imagen captada unos meses atrás en la que Evo Morales, el muy castrista y supuesto luchador por la igualdad, ordenaba en público a uno de sus guardaespaldas arrodillarse dócilmente y atar los cordones de uno de sus zapatos.

La conferencia de prensa celebrada al día siguiente permitió a los cubanos apreciar la gran diferencia que existe entre una democracia y una dictadura en materia de comunicación, libertad de expresión y apertura al debate público. Mientras el presidente Obama, por estar acostumbrado al juego de preguntas y respuestas, se mostró distendido y sereno a lo largo del ejercicio, el presidente Castro prácticamente perdió los estribos simplemente porque un periodista se atrevió a cuestionarlo sobre la existencia de prisioneros políticos en Cuba.

El punto culminante de la estadía de Obama en Cuba fue su discurso en el Gran Teatro de La Habana. Cual estocadas a la dictadura castrista, abundaron las referencias a los derechos humanos, así como los llamamientos al acercamiento de los cubanos de ambos lados del estrecho de Florida.

Y como ocurre con todo discurso impactante, el de Obama se recordará por una de sus frases, a saber, cuando se dirige al presidente Castro y le dice que “no necesita temer a las voces diferentes del pueblo cubano”.

Horas después del discurso en el Gran Teatro de La Habana tiene lugar la reunión de Obama con representantes de la disidencia interna en la Embajada de Estados Unidos. Y por el simple hecho de que esa reunión pudo materializarse a pesar de las reticencias del régimen castrista, la misma ha contribuido a resaltar la notoriedad y visibilidad internacional de la valiente lucha de hombres y mujeres que hasta entonces ningún jefe de Estado, ni siquiera el papa Francisco, había osado concederles una audiencia.

Consciente del impacto que tendría la visita de Obama, el régimen castrista programó, para inmediatamente después de la misma, un concierto de los Rolling Stones (cuyas canciones, cabe recordar, habían sido prohibidas durante varias décadas por el régimen, por considerarlas símbolos de la decadencia del capitalismo).

Dado el corto lapso transcurrido entre ambos eventos, es legítimo pensar que el espectáculo de los Rolling Stones tenía por objetivo relegar a un segundo plano lo que Obama había dicho durante su estadía en la isla.

No es nada seguro, sin embargo, que un espectáculo de rock and roll, por famosos que fuesen sus intérpretes, podrá borrar el impacto de la visita de un presidente del “imperio” que, por sus múltiples gestos y declaraciones, supo instilar la esperanza en el cambio (“Sí, se puede”) en el corazón y la mente de los cubanos.

La mejor prueba de que el viaje de Obama les causó ronchas a los jerarcas del castrismo es que logró que saliera del armario de antigüedades esa reliquia viviente que se llama Fidel Castro y publicara un artículo en un lenguaje arcaico propio de una ideología vetusta, con las consabidas diatribas en contra del “imperio” y reprochándole a Obama no reconocer los supuestos y cada vez más infundados logros del régimen en materia de salud y educación primaria y superior.

El ostensible malestar de Fidel, reflejado en su artículo, permite pensar que la repentina visita del presidente Nicolás Maduro a La Habana –previa a la llegada de Obama– se hizo con el visto bueno y quizás a iniciativa del Líder Máximo. Era una forma de decirle a Obama que mientras él proyectaba hablar de derechos humanos y reunirse con la disidencia cubana, el comandante Fidel prefería recibir al presidente de Venezuela. Parecería que a Fidel se le escapó que ese tipo de alarde, con un presidente venezolano que funge cada día más de rémora política, no podía sino dejar impertérrito al presidente del “imperio”.


(*) Economista y funcionario jubilado de la ONU

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