Son muchas las opiniones que han surgido tras la visita del
presidente de los EE. UU., Barack Obama, a Cuba los pasados días 21 y 22
de marzo. No resulta fácil comprender a todo el mundo, porque la
controversia ha sido una de las características de este encuentro entre
Obama y Raúl Castro. Y ya no sólo es necesario separar a los autores
de las opiniones de lo que podríamos llamar de una ideología o de otra,
sino también los medios en los que se publican los comentarios.
Con Cuba nunca se sabe. Y esto, que me salió así, casi sin pensarlo, a
la postre me da la impresión de que puede convertirse en una sentencia
que define muy bien cualquier relación que se lleve a cabo con el país
caribeño. Sin querer profundizar en la virulenta y abundante opinión que
ha suscitado la visita, llama la atención cómo el régimen castrista,
por una parte sonríe abiertamente al visitante, y por la otra permite,
sin censura de ninguna clase, opiniones acerca del mandatario americano y
sus palabras, de todas las clases posibles, algunas de ellas, incluso,
merecedoras, en otras circunstancias, de provocar alguna respuesta
diplomática.
Mientras el presidente Obama pronunciaba un discurso en el teatro
Alicia Alonso lleno de intenciones, donde dijo algunas de las cosas que
antes muchos estaban esperando oír, por otro lado los medios oficiales
cubanos permitían, a pie de vestíbulo, difundir opiniones de asistentes
al teatro –todos, como es propio del sistema, seleccionados como
fidelistas impertérritos–, algunas intervenciones con ínfulas de arenga
revolucionaria –en contra de las intenciones del gobierno castrista, en
apariencia tan condescendiente con el invitado americano– y, sobre todo,
en contra de las reivindicaciones del presidente Obama para que el
pueblo cubano tenga más voz, o alguna voz, para encauzar su futuro del
modo en que la gente cree que puede ser mejor para su progreso general.
A su vez, como recogió CubaNet el 31 de marzo, un periodista del
régimen, llamado Elías Argudín, publicó un artículo cuyo título: “Negro,
¿tú eres sueco?”, que ya de por sí define su contenido y crea dudas
acerca de la verdadera intención de su autor. Bien es cierto que en
países democráticos se multiplican opiniones a favor y en contra de
gobernantes de diverso signo que visitan otros países. Pero esta
dualidad de planteamientos, donde el gobierno recibe al visitante con
(limitada) cordialidad, mientras los medios, que son vigilados de modo
meticuloso por sus propietarios –es decir el propio sistema–, permite
una cierta libertad de expresión para censurar al visitante Obama, llama
la atención.
Si ese título se hubiera producido en un medio de España,
posiblemente ya estuviera ante la Fiscalía para un estudio por posible
posición xenófoba. Pero en Cuba, donde se presume tanto de igualdad y de
ausencia total de racismo, hay una escala de calidad de vida en función
del color de la piel, yendo desde el blanco y siguiendo por toda la
gama de tonos caribeños, pasando por el mulato, hasta el negro. En esa
secuencia humana, los blancos son los que disfrutan de mejores
posiciones económicas: alquilan pisos al turismo, ocupan mejores cargos
públicos, usan las redes sociales desde el trabajo, tienen “FE” (es
decir, familiares en el extranjero que les envían dinero y se mantienen
en su –llamémosle– estatus social, dentro de esa precariedad envolvente
en que se mueve la isla).
Los negros, que son un por ciento elevadísimo de la población cubana,
sobreviven de modo apresurado y llevan sobre sí la carga racial que
les castiga desde el nacimiento. Un taxista, blanco, por supuesto, me lo
definió de modo sencillo y muy concreto: “Negocio con negro, negro
negocio”.
Que el presidente de los EE.UU. sea negro –o mulato, para ser más
exacto– creo que ha servido para que la población cubana se sintiera más
identificada con él; viera en su persona, cargada con el mayor poder
político mundial, a alguien que podía ser de su propia casta, que podía
aportar algún tipo de esperanza, alguien que posee una biografía con
similitudes con muchos cubanos, y que ha conseguido acceder a la más
alta posición en los EE.UU.
Esa solicitud de perdón por el bloqueo (embargo) y otros usos contra
Cuba, que le solicitan a Obama desde algunos púlpitos oficialistas, no
deja de ser la manifestación de ese costumbrismo periodístico donde se
pasan los días rememorando el pasado desde el 59 para acá como
recordatorio general de que quien manda sigue ahí, y que mientras siga
ahí, esa persona o ese sistema todo va a continuar igual; porque a Cuba
la obligan a vivir en el pasado.
Solicitar perdón a quien ha ofendido puede ser apropiado cuando el
solicitante, a su vez, ya lo ha pedido. Pero no es éste el caso del
gobierno cubano. 55 000 propiedades confiscadas por la revolución, a lo
mejor, también están esperando unas palabras de perdón. Ya que la
devolución parece imposible. O esa prolongada espera que lleva sobre sus
espaldas el pueblo cubano a que llegue la mejora general, el desarrollo
social, la libertad de expresión, la vivienda digna, la “jama”
apropiada, etcétera. Ya lo sé: “la culpa es del bloqueo”. ¿Pero qué
pasará cuando el “bloqueo” desaparezca y no haya a quién echarle la
culpa?
Ahora dicen: “es el bloqueo”. Luego dirán: “fue el bloqueo”. Tengo la
impresión de que hay gente del régimen que lleva tiempo rezando –bueno,
rezando no, haciendo votos–, para que el embargo no desaparezca. Porque
ese día se van a quedar sin argumentos. Tanta responsabilidad han
vertido sobre el las sanciones como responsables de todos los males, que
el día que se vayan no van a saber qué decir cuando les pregunten: ¿Y
ahora qué?
(*) Escritor español
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