LA HABANA.- Una anécdota de fines de los setenta hace referencia a que Fidel Castro,
en esa década, había criticado públicamente a un ya muy envejecido Mao
Tse Tung, por su empecinamiento en mantenerse en el poder político pese a
sobrepasar los 80 años.
"Cuando un dirigente llega a cierta edad debe
abandonar la carrera política porque empieza a cometer errores. Los
viejos se vuelven muy empecinados. Piensan que sólo ellos tienen la
razón", le habría dicho Fidel a Mao según esa anécdota, pero el
dirigente chino no escuchaba jamás a nadie y se mantuvo como máximo
líder del Partido Comunista hasta 1976, cuando murió con 83 años.
Esa crítica era dicha por un joven Fidel de sólo 50 años que, tres
décadas después, en 2006, abandonaría el timonel de la Revolución
Cubana, obligado por una complicada enfermedad. Lo normal habría sido
ser sustituido por una presidencia transitoria que convocara elecciones,
pero justamente en 1976 se había reformado la Constitución y las Leyes
de modo que el poder político pudiera saltarse ese engorroso y siempre
peligroso paso. Fue así que, a dedo porque la reforma constitucional lo
establecía, Fidel cedió el poder a su hermano menor, entonces Segundo
Secretario del Partido Comunista. Precisamente en este VII Congreso del
Partido Comunista de Cuba (PCC), Raúl Castro pretende repetir la
fórmula, esta vez estableciendo una nueva reforma constitucional que
respete el límite máximo de 60 años para ser elegido miembro y hasta 70
años para asumir una responsabilidad de dirección dentro del PCC.
Es curioso que esa determinación haya sido propuesta por una cúpula que
se resistió a dejar el poder durante cinco década, que tiene una edad
promedio que sobrepasa los 70 años y que deba ser aprobada por un
Congreso que ha invitado a 1000 delegados, de los cuales sólo 55 tienen
menos de 35 años. Pero aún es más curioso que esa propuesta ocurra en
uno de los momentos de mayor atrincheramiento ideológico del régimen.
Por un lado, el intento de frenar el impacto favorable que han tenido en
la población cubana las medidas del presidente Obama, y la resistencia
del Partido Comunista cubano de llevar a la práctica los cambios que el
deshielo entre La Habana y Washington hacen posible. Por otro lado, el
rescate de la mitología de resistencia al imperio que representa Fidel
Castro en la memoria popular, unida su reaparición y protagonismo
reciente a una oleada propagandística de la prensa oficial que retoma
frases de sus discursos antinorteamericanos y los utiliza como lemas de
"la actual lucha contra la nueva estrategia de Estados Unidos para
destruirnos".
Otra arista interesante en este contexto es la debacle que para la tan
cacareada "invicta Generación del Centenario" ha significado la pérdida
de credibilidad de las tradicionales figuras políticas por su
incapacidad durante 57 años para traer al pueblo la prosperidad tan
largamente prometida, que se empezó a ver solamente gracias a las
medidas asumidas en la Casa Blanca por un presidente negro, joven y con
el carisma que no tiene ninguno de los actuales dirigentes cubanos. Como
indican incluso encuestas del propio régimen, entre Obama y Raúl, la
mayoría de los cubanos de a pie simpatizan con el presidente
norteamericano y le agradecen a él que por fin haya comenzado a romperse
el estatismo que mantuvieron durante décadas la economía y las finanzas
familiares en la isla.
Podría prestarse a confusión que, en medio de ese espíritu de trinchera,
el Congreso del único partido existente proponga ahora ceder el paso a
las nuevas generaciones. Pero tanto, la oposición cubana en la isla, las
figuras intelectuales más prominentes de exilio cubano y la gran
mayoría de los analistas internacionales de la realidad cubana, llevan
tiempo alertando de que todos los cambios implementados por Raúl Castro
desde su ascenso al poder apuntan a una clara estrategia de sustitución
de la vieja nomenclatura por una nueva élite. De ahí que no debe
perderse de vista qué figura asume la posición de Segundo Secretario del
Partido en este Congreso. Será ése un posible indicio de la estrategia
futura de la dinastía Castro.
Pero a los viejos castristas les preocupa también que a esa nueva
nomenclatura no le interesa tanto el aspecto ideológico de la lucha como
los dividendos que económicamente pudieran obtenerse, una vez asumido
el poder, con la implantación en Cuba de un Capitalismo Militar de
Estado controlado por los herederos directos del castrismo. El regreso a
la propaganda de trinchera de los años más gloriosos de la lucha contra
el imperialismo, el rescate de la mítica de Fidel Castro, y la asunción
de esta época histórica como una nueva etapa en la guerra contra
Estados Unidos, lleva un mensaje directo: además del poder político que
Raúl Castro le garantizará al neocastrismo con su reforma
constitucional, intenta pasarles el batón del relevo ideológico que ya
ellos biológicamente no pueden sostener. Pero, como dijo Fidel Castro
cuando tuvo que quitar del camino a otros jóvenes dirigentes que lo
habían traicionado, estos herederos han probado ya "las mieles del
poder" y también las mieles de vivir como reyes mientras el pueblo vive
en la miseria. Habrá que ver cuánto tardan en dejar a un lado el lastre
ideológico que "los viejos" les obligan a cargar y cuánto demoran en
demostrar que, como diría acertadamente el poeta español Quevedo,
"poderoso Caballero es Don Dinero".
(*) Corresponsal de la Deutsche Welle
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