Algunos cubanos en el exilio tienen una visión pesimista del futuro de Cuba. Piensan
que el gobierno cubano pasará a manos de los hijos y nietos de Fidel y
Raúl Castro; que las relaciones con Estados Unidos servirán solo para
que el régimen cuente con más divisas y aumente la represión; que los
jóvenes seguirán huyendo de la Isla porque no tendrán futuro.
Hay
también optimistas que concuerdan. Son los que creen que van a mantener
los mismos privilegios y cuotas de poder que disfrutan en Cuba, e
incluso que podrán pasarlos a sus herederos.
Otros cubanos
insistimos en mirar hacia el mañana con esperanza.
Creemos que en la
próxima década la mayoría de los protagonistas de la Revolución habrán
desaparecido. Algunos de sus descendientes podrán residir en la Isla,
otros en el extranjero; pero su poder político habrá disminuido
substancialmente. Existe la posibilidad de que el Partido Comunista Cubano
se transforme en un partido socialista y Cuba siga un modelo parecido al
de México con el PRI o al de Polonia después de la caída del muro de
Berlín. Parecería más probable que el PCC se mantenga legal y se
constituyan uno o dos partidos nuevos: el socialdemócrata y el
democristiano. Los cubanos poco a poco habrán aprendido a crear
instituciones y mecanismos que hagan posible garantizar el estado de
derecho y las libertades individuales, fundamentos principales de los
sistemas democráticos.
La indiferencia del ciudadano común por la
política dará paso a un mayor interés en todo lo que significa gobernar
un país. Comprenderá el valor de reclamar sus derechos, pero también de
cumplir con sus deberes: pagar impuestos justos, participar en las
agrupaciones cívicas municipales y nacionales, para impulsar los cambios
necesarios, escoger a conciencia sus gobernantes. Se mantendrán
sistemas de educación y medicina gratis, aunque surgirán escuelas y
hospitales privados.
Una sólida base de pequeños empresarios hará
que aumente el sector privado. Crecerá la clase media. Habrá una sola
moneda. El influjo de capital extranjero será notable pero los cubanos
defenderemos que la Isla siga siendo nuestra aunque se inserte en la
economía global. El país dará un salto hacia la modernidad gracias a la
tecnología. Los jóvenes encontrarán abundantes oportunidades en este
sector.
El perfil de La Habana no cambiará. Quizás abrirán un
McDonald’s en el Malecón; pero sería como el de la Gran Vía en Madrid,
nada de ofensivo en el exquisito trazado de la capital cubana. El plan
de reconstrucción de la infraestructura y las viviendas estará ya casi
en su fase final. Más cubanoamericanos se irán a retirar a la Isla.
Naturalmente, el turismo aumentará, y seguirá habiendo almendrones para
pasear a los extranjeros.
Nuevas generaciones reinterpretarán la
historia. Gloria Estefan y Willy Chirino cantarán en Cuba. Los grupos de
allá lo harán en Miami sin que nadie proteste frente al Versalles. Las
fronteras entre la creación en la Isla y en la Diáspora se irán
borrando.
Algún día, jóvenes parejas llevarán a sus hijos a una
función en el Gran Teatro de La Habana y les dirán: “Aquí fue donde el
Presidente Obama dio el discurso”. Algunos, al pasar por la Ciudad
Deportiva, no podrán dejar de suspirar nostálgicos al recordar cuando en
el 2016 fueron a ver a los Rolling Stones, aunque desde entonces haya
habido muchos conciertos más.
Cuba no cambiará por el discurso del mandatario yuma ni por las canciones de la banda inglesa de rock,
sino por un imperativo de la Historia y la voluntad de los cubanos. La
transición comenzó hace tiempo, pero ambos eventos se recordarán como
puntos de giro en un proceso hacia esa Cuba mejor que, no sin tropiezos,
estará en su pleno apogeo en el 2026.
(*) Escritora y periodista cubana.
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