Como
no podía ser de otra manera, la visita de Obama a Cuba ha disparado las
especulaciones y los pronósticos, y algunos quieren ver en ella el fin
de la revolución cubana: donde el presidente de Estados Unidos pone el
pie, pone la bala, o mejor dicho, la bomba, y la bomba de relojería que
más pronto que tarde acabará estallando en la isla es la American Way of
Life, o sea, el capitalismo salvaje…
Pues va a ser que no. Los
gusanos de Miami pueden ir deshaciendo las maletas una vez más, y los
buitres de Wall Street y sus polluelos europeos se quedarán con las
ganas de carnaza caribeña, porque no hay más descomposición a la vista
que la de las falsas democracias occidentales (con la seudodemocracia
borbónica a la cabeza, dicho sea de paso).
Lo que supone la visita de
Obama -él mismo lo ha dicho- es el inminente fin del bloqueo criminal al
que el Gobierno estadounidense ha sometido a Cuba durante décadas y el
comienzo de una etapa de menores restricciones para el heroico pueblo
cubano. El imperio más poderoso y despiadado de todos los tiempos no ha
podido someter a su pequeña vecina rebelde y ahora intenta, como mal
menor, pactar con ella un acuerdo de mínimos. Cuba no es una isla, valga
la paradoja, y tiene que vivir en el mundo, y el mundo, mal que les
pese a algunos, tiene que vivir con Cuba. Y esa convivencia inevitable,
impostergable, podría y debería ser beneficiosa para ambas partes: para
Cuba y para el mundo.
Después de medio siglo de
revolución continua, para la sociedad y el Gobierno cubanos ha de ser
posible mantener, e incluso consolidarlos, los logros y requisitos
básicos del socialismo, que tienen que ver, en última instancia, con la
propiedad privada. El socialismo es, por definición (aunque muchos lo
hayan olvidado o quieran olvidarlo), la negación de la propiedad privada
burguesa y del supuesto Estado de derecho que la defiende a sangre y
fuego.
Mientras en Cuba no haya
banca privada, mientras los recursos naturales y los grandes medios de
producción no estén en manos de particulares, la revolución puede y debe
seguir avanzando, e incluso puede y debe asimilar algunos logros de la
economía de mercado.
La iniciativa privada y la
pequeña empresa no son incompatibles con el socialismo (de hecho, en
Cuba siempre han existido de una forma u otra), puesto que no conllevan
necesariamente explotación del hombre -ni de la mujer- por el hombre ni
acumulación del capital.
El equilibrio es difícil,
desde luego, pero no imposible, y Cuba ha demostrado sobradamente su
habilidad para avanzar sobre el filo de la navaja (de Occam, si se me
permite el guiño cientificista).
No sin tropiezos, no sin
contradicciones, no sin errores, pero con ejemplar tenacidad, Cuba va
-sigue yendo- hacia el socialismo, o sea, hacia la democracia, mientras
otros pretenden haberla alcanzado ya para no tener que ir hacia ella.
(*) Escritor y matemático italiano
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