WASHINGTON.- Los estadounidenses tienen una expresión para referirse a
cumplir la palabra dada: "Poner el dinero donde has puesto la boca". Por
ahora, el Gobierno de Estados Unidos ha puesto la boca. O sea, las
palabras. Pero las empresas estadounidenses son renuentes a invertir en
Cuba, según crónica del corresponsal del diario español 'El Mundo' en este país.
Es un mercado infinitesimalmente pequeño, que no
conocen, y con incertidumbre política y, sobre todo, económica. Súmese a
ello el bloqueo -que todavía sigue- y el resultado es que el gran
capital estadounidense sigue sin llegar a Cuba. Como explica el analista
del think tank Instituto Peterson de Washington para la
Economía Internacional, Gary Hufbauer, "las empresas [estadounidenses]
están dándose cuenta de que invertir en Cuba es muy difícil". Para
Samuel George, analista de la Fundación Bertelsmann, "por ahora, EEUU
está dando un voto de confianza a las reformas en el país". Y poco más.
De
hecho, las empresas estadounidenses que han anunciado operaciones en la
isla son, en su inmensa mayoría, de tres tipos: empresas de viajes,
compañías que operan en Internet, y, tras la visita de Barack Obama, la
semana pasada, operadoras de hoteles. Los dos primeros grupos no
necesitan verdaderamente tener infraestructuras físicas
o personal en la isla. Ése es el caso de las aerolíneas JetBlue y
American Airlines, y la empresa de cruceros Carnival, o de la empresa de
alquiler de viviendas Airbnb y la de sistemas de pagos PayPal.
Los hoteles son diferentes, pero hay que tener en cuenta que ese sector lleva abierto a la inversión extranjera desde hace un cuarto de siglo, y tiene un marco legal y unas reglas del juego consolidadas.
Todos esos sectores se apoyan en lo que Samuel George, analista para
América Latina de la Fundación Bertelsmann, califica como "la
liberalización en la práctica" de los viajes de Estados Unidos a Cuba.
Una liberalización que va a provocar, a su vez "un crecimiento, lento y
pausado" del turismo en la isla, en palabras del chef y restaurador de
origen español José Andrés, que acompañó a Obama en su viaje a Cuba la
semana pasada.
En algunos casos, el turismo está creciendo a un ritmo espectacular. Ése es el caso de Airbnb, una plataforma online
que permite alquilar habitaciones y viviendas. La empresa, que nació en
2008 en San Francisco, ha visto cómo, en apenas un año, Cuba se
convertía en su mercado de mayor crecimiento. En la actualidad, Airbnb
ofrece 4.000 viviendas en Cuba, según declaró su consejero delegado,
Brian Chesky, a los periodistas que acompañaban a Barack Obama en La
Habana. Eso implica que esa empresa gestiona el equivalente al 6% de las
habitaciones hoteleras en ese país.
Ahora bien, ¿y las fábricas?
¿Y los centros comerciales? Todo eso tendrá que esperar bastante
tiempo. En primer lugar, porque el embargo prohíbe fabricar en Cuba,
aunque Obama, en lo que su asesor para Seguridad Nacional Ben Rhodes
califica como "retorcer de forma agresiva la legislación" -en otras
palabras, forzarla al máximo-, permite ensamblar en la isla productos.
Y, en segundo lugar, por las dificultades logísticas (en Cuba las
carreteras son muy malas y hay una escasez enorme de medios de
transporte).
El resultado es que hasta la fecha, a pesar de todas
las alharacas, sólo una empresa de Estados Unidos ha anunciado que se
va a establecer en Cuba con una fábrica: Cleber, una empresa de
tractores de Alabama, que va a invertir 5 millones de dólares (4,4
millones de euros) en la Zona Especial de Desarrollo de Mariel, un área
designada por el Gobierno de Raúl Castro para que en ella se establezcan
empresas extranjeras, siguiendo el modelo chino, que ha dado excelentes
resultados en ese país. En esa zona se acaba de instalar, por ejemplo,
la multinacional holandesa Unilever, que construirá una fábrica de
champú y productos de belleza en la que, además, tendrá la mayoría del
capital. Porque en Cuba hace falta de todo.
Mercados vetados
Así
que no hay que esperar que el deshielo entre Washington y La Habana
provoque una catarata de inversiones del gigante del Norte en la isla.
Por lo pronto, una parte de las empresas estadounidenses que quieren
entrar en la isla simplemente planean operar en mercados ya existentes
pero que hasta ahora les habían estado vetados.
Eso va a suponer,
para las empresas no estadounidenses más competencia en el mercado
cubano. "La reanudación del correo postal entre Estados Unidos y Cuba va
a ser negativa para empresas de mensajería europeas, como DHL o Seur,
que hasta ahora eran las únicas vías de los estadounidenses para enviar
paquetes a Cuba", declara José Viñals, del bufete de abogados Lupicinio,
que lleva operando en la isla desde dos décadas.
Esa estrategia es lo que está detrás de la decisión del gigante de los medios de pago online
PayPal, y del líder en transferencias, Western Union, de entrar en Cuba
este año. En juego están unos 2.000 millones de dólares (alrededor de
1.750 millones de euros) que los cubanos que residen en Estados Unidos
envían a sus compatriotas en la isla cada año. Eso podría dejar a esas
empresas alrededor de 147 millones de dólares (unos 130 millones de
euros) en comisiones. Es una cifra insignificante, que de hecho no llega
al 3% de los ingresos de Western Union y, en el caso de PayPal, apenas
se queda en el 1,4%.
Estas empresas, al menos, cuentan con una
ventaja. Su presencia física en Cuba sería mínima, con lo que no
correrían el riesgo de que el precio de sus activos se hundiera cuando
La Habana unifique sus dos monedas: el peso convertible y el peso
cubano. "Para nosotros, la existencia de dos monedas en la isla no es un
problema, como tampoco lo es el sistema financiero de Cuba. A fin de
cuentas, operamos en cerca de 200 países que tienen todo tipo de
sistemas cambiarios", ha declarado el consejero delegado de
PayPal, Dan Schulman. Para el ex secretario de Comercio con George W.
Bush, el cubano de nacimiento Carlos Rodríguez, las empresas no están
preocupadas por la unificación monetaria porque "todavía falta tiempo
para eso".
La visita de Obama a Cuba supone un giro radical de la
política norteamericana hacia la isla y el reconocimiento de un hecho:
cincuenta años de embargo no han servido para producir un cambio de
régimen político en la perla de las Antillas. El acceso de Raúl Castro
al poder se vio acompañado por una serie de modestas reformas que han
introducido algunos elementos de mercado y de propiedad privada con la
finalidad de estimular el crecimiento, elevar el depauperado nivel de
vida de la población y, de este modo, mantener y legitimar el monopolio
del poder detentado por el Partido Comunista. Esta estrategia sería
similar a la adoptada por China y por Vietnam y las autoridades cubanas
parecen apostar por ella. Sin embargo, el comunismo isleño está más
apegado a los viejos dogmas del soviético de lo que lo estaban hace unas
décadas los chinos y los vietnamitas.
Desde 2010, el Gobierno ha permitido el desarrollo del auto-empleo. Alrededor de 500.000 cubanos poseen licencias que les permiten trabajar de
manera independiente. Al mismo tiempo, el Ejecutivo ha liberado casi
tres millones de acres de tierras estatales para que sean explotadas por
agricultores privados y cooperativas independientes. En paralelo han
emergido miles de bares y restaurantes que han cambiado la fisonomía de
las ciudades y pueblos de la isla y, por vez primera en cinco décadas,
los cubanos pueden comprar y vender sus casas. Pero sólo un 8,9% de los cubanos es propietario de su casa.
También se han eliminado los requisitos de las visas para salir de la
isla, lo que permite viajar al exterior. Todas estas medidas y otras han
supuesto una considerable transformación respecto a la situación
anterior pero no pueden ocultar las profundas deficiencias estructurales
del sistema.
Los cubanos que quieren trabajar al margen del
sector público tienen limitado su campo de elección a 181 categorías
profesionales determinadas por el Estado. Éstas se circunscriben a
empleos de escasa cualificación y de bajo valor añadido y no se permite
el desarrollo de la iniciativa privada en campos como las manufacturas,
la construcción y la mayoría de las actividades comerciales, por citar
tres ejemplos paradigmáticos. Esto es, el tipo de ocupaciones
liberalizadas es inaccesible para los individuos con mayor capital
humano a quienes sólo les cabe optar por trabajar para el Estado o
emigrar. El modelo puesto en marcha por Raúl Castro es hacia una
economía de baja productividad y, por tanto, con escasa capacidad de
elevar de manera significativa los estándares de vida.
Falta de transparencia
El
marco regulatorio es inconsistente y falto de transparencia, lo que se
ha traducido en la creación de una enorme economía sumergida y en la
emergencia de una gigantesca corrupción. El Gobierno practica un
asfixiante control de precios para contener de manera artificial las
tensiones inflacionarias y mantiene un tipo de cambio dual que es una
fuente de prácticas corruptas. El sistema financiero está en su totalidad en manos estatales
y acceso al crédito para los nuevos emprendedores es inaccesible sin la
ayuda de los burócratas. Por otra parte, el control político de la
justicia impide a ésta jugar papel alguno en la corrección de las
desviaciones del sistema. De momento, Cuba no ha realizado ninguna
transformación significativa que altere su sistema económico ni
institucional.
En contraste con lo acaecido en China e incluso en
Vietnam que endorsaron la famosa máxima de Deng Xiaoping "hacerse rico
es glorioso", el ganar dinero en Cuba se contempla todavía como un
crimen execrable y la prosperidad individual es vista con una
indisimulada sospecha. Así lo han experimentado en sus propias carnes
muchos de los nuevos emprendedores. En la práctica, la élite extractiva
compuesta por los militares, los burócratas y dirigentes del partido
controla los sectores claves de la economía y es la única que tiene
acceso a la riqueza mediante la utilización de los instrumentos puestos a
su alcance por el socialismo de amiguetes.
Cuba continúa siendo
una economía reprimida por las ineficiencias sistémicas propias de un
régimen comunista. La leve apertura a la iniciativa privada se ve
severamente restringida por la ausencia de una verdadera voluntad de
reforma que asfixia a los emprendedores en las redes de la burocracia y
de una fiscalidad confiscatoria. Quizá la normalización de las
relaciones económico-comerciales con EEUU y el fin del bloqueo generen la presión necesaria para
una verdadera transición hacia una economía y una sociedad más libres,
pero ésa es una frágil esperanza que, aquí y ahora, no tiene un
fundamento sólido. La dirigencia cubana ha hecho suyo el viejo lema del
príncipe Salina en el Gatopardo: "Cambiar algo para que todo siga
igual".
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